AQUÍ HUBO UNA GUERRA

AGUINAGA, Enrique de.- Aquí hubo una guerra; capítulo XVIII. Más libros más libres; Plataforma 2003; Madrid 2010. 
Encontré la referencia de este libro en un artículo que yo mismo colgué en fiate.es en noviembre de 2019, cuando aún no había muerto su autor ni el libro había adquirido la relevancia que ahora tiene (censored by Mr. Press' Master). ¡Ay, Carmela!
Como resulta comprensible, la 'operación Franco' vino precedida de otra, que afectó al Rey emérito; y continuada por la tercera y última de la trilogía, que sería el derribo de Rajoy. Acto seguido comenzaría una nueva serie con la entronización de Franky, y acto seguido el ascenso imparable de la Sra. Díaz Ay..., que protagonizaría la entrada de España en la Era Prodigiosa del Press-Power, encabezando ella la cartelera del timotox-covid. 
En cuanto al hachazo al Rey, está claro que medió también ese súper-poder, 'orquestador de humores de perros'; y, como muestra, un botón: "Entre operación y operación, trataba de recuperar el terreno perdido (el rey) con un esfuerzo extraordinario de actividad, tanto en España como en el exterior, pero la opinión pública se mostraba difícil de reconquistar. Cada día se publicaban nuevas noticias sobre el caso Nóos que erosionaban la imagen de la Corona". Además de que la cita es de uno de esos artículos que sobresalen por su claridad en medio del caos informativo habitual, y que, con la mentira de fondo, se usan para crear opinión, la Prensa se delata a sí misma al decir "Cada día se publicaban nuevas noticias", pues, como todo el mundo sabe, 'noticia' es sólo, en general, lo que quiere el Amo"; o sea, que la insistencia en informar del caso Noós tenía por objeto presionar al emérito para que abdicara del trono. 
Por la gentileza de D. Ramón Tamames podemos disfrutar de unas palabras de Aguinaga que, si se me permite la expresión, vienen a ser como "ese trozo de pan en el que comemos a Jesucristo y nos hacemos uno con Él"; unas pocas palabras por las que los que no conocimos en vida a Don Enrique, lo conocemos ahora (dado que aún vive), y lo incorporamos, o nos incorporamos, todo(s) entero(s), en nuestra vida (gloriosa) común: 
"Estoy solo. Cierro los ojos para aislarme más. En la oscuridad, mis manos se buscan queriendo asirse, pues siento que me hundo en mi pensamiento. Mi pensamiento y yo, a solas, en medio de mi confusión y de mi ignorancia; en medio de siete mil millones de seres humanos habitantes de la Tierra. De ellos, tengo trato vivo con una centena, con un millar, ¿qué más da? Sin contar los que han sido desde el principio, hayan o no hayan dejado huella monumental. Sépase, al menos, que los primeros cálculos, dificilísimos, sobre toda la población humana anterior a la actual (del orden de 100.000 millones) se atribuyen al demógrafo Carl Haub, en 1995.
Huella monumental. También me rodean templos, pirámides, acueductos, murallas, faros, palacios y tantos otros vestigios de los 100.000 millones de antecesores que reciben la exaltación y el cuidado de nuestros contemporáneos, aunque entre ellos haya también partidarios de tirar tales vestigios porque –argumentan- fueron producto de la esclavitud.
En medio del progreso y de la aberración histórica, en medio del bien y del mal, fui creado hace noventa y ocho años: ser viviente, animal racional, humano, varón, blanco, español, generador, mortal. Y me pusieron el nombre de Enrique. He sido hasta ahora Enrique, con todas sus variantes y circunstancias. Preceptivamente he jurado la Constitución siete veces por escrito.
Ahora, entiendo que debo prepararme para devolver mi nombre, que recibí como préstamo. Es Cicerón, en tiempo de esclavitud, quien lo dijo: Tempus est quaedam pars aeternitatis (El tiempo viene a ser una parte de la eternidad, en De inventione). Siempre estamos llegando. Para los gallegos es la normalidad: Imos indo, vamos yendo, con ese morir de los ríos que van inexorablemente al mar, inmenso misterio.
Frente al misterio, frente al mar, devolveré mi nombre que recibí de segunda mano. Tenemos nombres usados por otros. Algunas veces digo jugando 'No hay Enrique malo'. Y vaya si los hay, al menos, según los códigos; al menos, si admitimos, aunque sea provisionalmente, que no todos somos buenos porque no hay igualdad de oportunidades.
Tengo que devolver todo, pues todo lo he recibido gratuitamente, por gracia. Dudo frecuentemente si soy dueño de mi pensamiento, en cuanto que frecuentemente pienso lo que no quisiera o no debiera pensar. No tengo derecho a nada. Como travesura, pienso como sería nuestro mundo, si, por magia repentina, desapareciese todo papel o quedara sin efecto todo derecho. Inimaginable. Sin embargo, acepto la hipótesis de no tener derecho a nada.
Hay un tiempo en que, sin dudarlo, tenemos derecho a todo. Queremos tenerlo todo y, como remedo, nos conformamos con coleccionar objetos que empiezan a sobrarnos porque indebidamente, ocultando los libros, ocupan los estantes de la biblioteca y nos complican las metáforas.
Una lluvia de destellos estremecidos empapa los recuerdos: En el principio la Palabra existe (Biblia de Jerusalén, San Juan, 1.1.); Amad a vuestros enemigos (Lucas, 6, 27-28); Señor, sonriendo, has dicho mi nombre (Gabarrón); La infancia de Cristo (Berliotz); Mi descendencia, mi trascendencia (Aguinaga); Ni derechas ni izquierdas (Ortega); Amorosa invasión de claridad (Jorge Guillén).
Sufro una desolación tranquila. Me recupero. Enfrente tengo el mar. Lo estoy viendo. Es el agua inmensa y familiar, cielo derrumbado, horizonte que cruza mi ventana. Solo sé que vengo a devolver mi nombre."
Para mí, con el perfume de verdad y belleza que aspiro en esta despedida amorosa de Don Enrique, no existe sorpresa en ver que el último libro que salió de sus manos, apenas hace una década, y sobre el tema de la convivencia entre españoles, haya sido objeto de censura por Mr. Press' Master y, siendo del 2010, ya sólo se pueda adquirir de modo residual, y a precio elevado.
He copiado aquí, como muestra, unas cuantas páginas de su excelsa crónica de España en los años cruciales del cambio de régimen; unas pocas, pero suficientes para obtener una idea cabal del engaño al que se nos somete, de modo contumaz, cambiando la historia, y anulando el buen juicio y la razón. Sirvan de sentido homenaje y agradecimiento a su noble autor.



























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