ENRIQUE AGUINAGA, IN MEMORIAM
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Un intelectual honesto. |
Un texto de Enrique de Aguinaga (prov. de Cáceres 2-10-1923; Madrid 16-4-2022)
Antes de emprender su último viaje, Enrique de
Aguinaga, un gran periodista y observador de la vida cotidiana de casi todo,
hizo una especie de despedida formal con un grupo de sus amigos de la “Sociedad
de Pensamiento Lúdico”, de la que era Presidente de Honor.
Reproducimos ese texto, que nos ha enviado Ramón
Tamames, que es el Presidente en funciones de esa Sociedad. Los lectores
podrán apreciar el sentido de la vida que tenía Enrique de Aguinaga, y cómo
premonitoriamente anunciaba su marcha en la breve alocución que reproducimos,
que hizo el domingo 30 de marzo.
Descanse en
paz el amigo, el periodista y el pensador.
Estoy
solo. Cierro los ojos para aislarme más. En la oscuridad, mis manos se buscan
queriendo asirse, pues siento que me hundo en mi pensamiento. Mi pensamiento y
yo, a solas, en medio de mi confusión y de mi ignorancia; en medio de siete mil
millones de seres humanos habitantes de la Tierra. De ellos, tengo trato vivo
con una centena, con un millar, ¿qué más da? Sin contar los que han sido desde
el principio, hayan o no hayan dejado huella monumental. Sépase, al menos, que
los primeros cálculos, dificilísimos, sobre toda la población humana anterior a
la actual (del orden de 100.000 millones) se atribuyen al demógrafo Carl Haub,
en 1995.
Huella
monumental. También
me rodean templos, pirámides, acueductos, murallas, faros, palacios y tantos
otros vestigios de los 100.000 millones de antecesores que reciben la
exaltación y el cuidado de nuestros contemporáneos, aunque entre ellos haya
también partidarios de tirar tales vestigios porque –argumentan- fueron
producto de la esclavitud.
En
medio del progreso y de la aberración histórica, en medio del bien y del mal,
fui creado hace noventa y ocho años: ser viviente, animal racional, humano,
varón, blanco, español, generador, mortal. Y me pusieron el nombre de Enrique.
He sido hasta ahora Enrique, con todas sus variantes y circunstancias.
Preceptivamente he jurado la Constitución siete veces por escrito.
Ahora,
entiendo que debo prepararme para devolver mi nombre, que recibí como préstamo.
Es Cicerón, en tiempo de esclavitud, quien lo dijo: Tempus est quaedam pars
aeternitatis (El tiempo viene a ser una parte de la eternidad, en De
inventione). Siempre estamos llegando. Para los gallegos es la normalidad: Imos
indo, vamos yendo, con ese morir de los ríos que van inexorablemente al mar,
inmenso misterio.
Frente
al misterio, frente al mar, devolveré mi nombre que recibí de segunda
mano. Tenemos nombres usados por otros. Algunas veces digo jugando No hay
Enrique malo. Y vaya si los hay, al menos, según los códigos; al menos, si
admitimos, aunque sea provisionalmente, que no todos somos buenos porque no hay
igualdad de oportunidades.
Tengo
que devolver todo, pues todo lo he recibido gratuitamente, por gracia.
Dudo frecuentemente si soy dueño de mi pensamiento, en cuanto que
frecuentemente pienso lo que no quisiera o no debiera pensar. No tengo derecho
a nada. Como travesura, pienso como sería nuestro mundo, si, por magia
repentina, desapareciese todo papel o quedara sin efecto todo derecho.
Inimaginable. Sin embargo, acepto la hipótesis de no tener derecho a nada.
Hay
un tiempo en que, sin dudarlo, tenemos derecho a todo. Queremos tenerlo
todo y, como remedo, nos conformamos con coleccionar objetos que empiezan a
sobrarnos porque indebidamente, ocultando los libros, ocupan los estantes
de la biblioteca y nos complican las metáforas.
Una
lluvia de destellos estremecidos empapa los recuerdos: En el principio la
Palabra existe (Biblia de Jerusalén, San Juan, 1.1.); Amad a vuestros enemigos
(Lucas, 6, 27-28); Señor, sonriendo, has dicho mi nombre (Gabarrón); La
infancia de Cristo (Berliotz); Mi descendencia, mi trascendencia (Aguinaga); Ni
derechas ni izquierdas (Ortega); Amorosa invasión de claridad (Jorge Guillén).
Sufro una
desolación tranquila. Me recupero. Enfrente tengo el mar. Lo estoy
viendo. Es el agua inmensa y familiar, cielo derrumbado, horizonte que
cruza mi ventana. Solo sé que vengo a devolver mi nombre.
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