San JP II, Y B XVI, LUZ Y GUÍA DEL SÉPTIMO EN EL TERCER MILENIO
Pero
llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza
tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en
todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no
abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros
cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.” (2Co 4, 1-10)
Terminado el mandato de Benedicto XVI, el
mundo comenzó a vivir una acelerada transformación. Seis años después de su
renuncia, el Papa Emérito aportó al análisis de ese veloz cambio su penetrante reflexión;
y ese documento contiene la clave de interpretación precisa para entender los
acontecimientos que en estos doce años hicieron temblar los cimientos de
nuestro matrimonio y de nuestra familia. El siguiente extracto da una idea del
contenido general:
“…el demonio
quiere probar que no hay gente correcta, que su corrección solo se muestra en
lo externo. Si uno pudiera acercarse, entonces la apariencia de justicia se
caería rápidamente (...)
Hoy, la acusación contra Dios es sobre todo menosprecio de Su Iglesia como algo
malo en su totalidad, de lo que, por tanto, conviene distanciarse. La idea de
una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del
demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica
mentirosa en la que fácilmente podemos caer. No, incluso hoy, la Iglesia no
está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe
hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva.
Es muy importante oponerse con toda la
verdad a las mentiras y las medias verdades del demonio: sí, hay pecado y mal
en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible.
Además, hoy hay mucha gente que humildemente cree, sufre y ama, en quien el
Dios verdadero, el Dios amoroso, se muestra a Sí mismo a nosotros. Dios también
tiene hoy sus testigos ("martyres") en el mundo; nosotros solo
tenemos que estar vigilantes para verlos y escucharlos.
La palabra mártir está tomada de la ley procesal.
En el juicio contra el demonio, Jesucristo es el primer y verdadero testigo de
Dios, el primer mártir, que desde entonces ha sido seguido por incontables
otros.
El hoy de la Iglesia es más que nunca una
Iglesia de mártires y, por ello, un testimonio del Dios viviente. Si miramos a
nuestro alrededor y escuchamos con un corazón atento, podremos hoy encontrar
testigos en todos lados, especialmente entre la gente ordinaria, pero también
en los altos rangos de la Iglesia, que se alzan por Dios con sus vidas y su
sufrimiento. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear
reconocerlos. Una de las grandes y esenciales tareas de nuestra evangelización
es, hasta donde podamos, establecer hábitats de fe y, por encima de todo,
encontrar y reconocerlos.
Vivo en una casa, en una pequeña comunidad
de personas que descubren tales testimonios del Dios viviente una y otra vez en
la vida diaria, y que alegremente me comentan esto. Ver y encontrar a la
Iglesia viviente es una tarea maravillosa que nos fortalece y que, una y otra
vez, nos hace alegres en nuestra fe.
Al final de mis reflexiones me gustaría
agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz
de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre!” (fin del
extracto y del documento).
Dos años y medio después de publicadas esas notas del Papa emérito,
salieron a la luz otras reflexiones suyas en torno al llamado “matrimonio
homosexual”. Parten del mismo marco histórico-teológico, y complementan muy
bien lo dicho respecto a la confusa actualidad de la Iglesia, por lo que
también las transcribo:
“El matrimonio entre personas del
mismo sexo es una deformación de la conciencia, que ha penetrado también
profundamente en sectores de personas católicas. Con la legalización del
matrimonio del mismo sexo en dieciséis países europeos, el asunto del
matrimonio y la familia ha tomado una nueva dimensión que no puede ignorarse.
Hace cien años a todo el mundo le
hubiera parecido absurdo hablar de matrimonio homosexual; hoy, todo el que se
oponga a él – (lo que equivale a no profesar el credo del anticristo[1] )-
queda excomulgado socialmente.
La cuestión no se puede responder con un
poco de moralismo o incluso con algunas referencias exegéticas. Este problema
es más profundo y por lo tanto debe ser respondido en sus términos
fundamentales.
El concepto de matrimonio del mismo sexo
es una contradicción con todas las culturas de la humanidad que han llegado
hasta ahora, y esto significa una revolución cultural que es opuesta a toda la
tradición de la humanidad hasta hoy. La certeza básica de que la humanidad
existe como varón y mujer, y que la transmisión de la vida sirve a la tarea de
una existencia tal; y que, en esa transmisión de la vida, más allá de toda otra
diferencia, consiste esencialmente el matrimonio, es una certeza original que
ha sido obvia para la humanidad hasta ahora.
Porque ahora se pone en duda el hecho de
que la existencia como hombre, varón y mujer, esté orientada a la procreación,
y que la apertura a la transmisión de la vida determina la esencia de aquello
que llamamos matrimonio.
La convulsión de esta certeza humana
original tiene que ver con la introducción de la píldora anticonceptiva, que
trajo consigo la separación de la sexualidad y la fecundidad. La relevancia de
la cuestión de la píldora no está en la casuística que la acompaña, ni en el
cómo y el cuándo el uso de la píldora está moralmente justificado, sino en la
novedad que ha significado: la equiparación de todas las formas de sexualidad;
un mensaje nuevo que ha transformado profundamente la conciencia de los
hombres.
De eso se sigue un segundo paso: si la
sexualidad puede ser separada de la fecundidad, entonces, al contrario, la
fecundidad puede ser pensada sin la sexualidad. Detrás de una fecundidad
planificada encontramos una idea de hombre que ya no es un don recibido, sino
un producto planificado. Por otro lado, aquello que se puede hacer se puede
también destruir. En este sentido, la creciente tendencia al suicidio como fin
planificado de la propia vida es parte integrante de la situación descrita.
No se trata de ser un poco más abiertos,
sino de la pregunta ¿Quién es el hombre? ¿Es una criatura de Dios, o un
producto que él mismo sabe crear? Cuando se renuncia a la idea de creación, se
renuncia a la grandeza del hombre, a su dignidad que está por encima de
cualquier planificación.
El movimiento
ecológico ha descubierto el límite de aquello que se puede hacer y ha
reconocido que la naturaleza establece para nosotros una medida que no podemos
ignorar impunemente. Asimismo, también el hombre tiene una naturaleza que le ha
sido dada, y violarla o negarla conduce a la autodestrucción. Por esto, la creación del hombre como varón y mujer es
ignorada en el postulado del 'matrimonio homosexual' *[Lo cual, en román
paladín, viene a ser que ese mal llamado matrimonio es un invento de los hijos
del demonio para destruir al ser humano].” (Fin del texto del Papa Emérito)
[1]
El credo de esa “religión erótica que fomenta la lujuria y proscribe la
fecundidad” como ha dicho recientemente De Prada citando a Chesterton, en un
artículo de ABC: El Odio a la Infancia, domingo 19 de junio de 2022.
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