San JP II, Y B XVI, LUZ Y GUÍA DEL SÉPTIMO EN EL TERCER MILENIO

En la segunda parte de las memorias de Julio Manuel Espina Fernández (enero de 2023) que lleva por título Con el Alma en el Crisol, aparece un extracto de las últimas reflexiones públicas de Benedicto XVI, una sacada de las notas que aportó a la reunión de obispos que trató la explosión mediática de los abusos sexuales por parte de clérigos, y otra sobre el llamado matrimonio homosexual. Dice así:

Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros. Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados. Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo.” (2Co 4, 1-10)

Terminado el mandato de Benedicto XVI, el mundo comenzó a vivir una acelerada transformación. Seis años después de su renuncia, el Papa Emérito aportó al análisis de ese veloz cambio su penetrante reflexión; y ese documento contiene la clave de interpretación precisa para entender los acontecimientos que en estos doce años hicieron temblar los cimientos de nuestro matrimonio y de nuestra familia. El siguiente extracto da una idea del contenido general:

“…el demonio quiere probar que no hay gente correcta, que su corrección solo se muestra en lo externo. Si uno pudiera acercarse, entonces la apariencia de justicia se caería rápidamente (...) Hoy, la acusación contra Dios es sobre todo menosprecio de Su Iglesia como algo malo en su totalidad, de lo que, por tanto, conviene distanciarse. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer. No, incluso hoy, la Iglesia no está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva.

Es muy importante oponerse con toda la verdad a las mentiras y las medias verdades del demonio: sí, hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible. Además, hoy hay mucha gente que humildemente cree, sufre y ama, en quien el Dios verdadero, el Dios amoroso, se muestra a Sí mismo a nosotros. Dios también tiene hoy sus testigos ("martyres") en el mundo; nosotros solo tenemos que estar vigilantes para verlos y escucharlos.

La palabra mártir está tomada de la ley procesal. En el juicio contra el demonio, Jesucristo es el primer y verdadero testigo de Dios, el primer mártir, que desde entonces ha sido seguido por incontables otros.

El hoy de la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires y, por ello, un testimonio del Dios viviente. Si miramos a nuestro alrededor y escuchamos con un corazón atento, podremos hoy encontrar testigos en todos lados, especialmente entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia, que se alzan por Dios con sus vidas y su sufrimiento. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos. Una de las grandes y esenciales tareas de nuestra evangelización es, hasta donde podamos, establecer hábitats de fe y, por encima de todo, encontrar y reconocerlos.

Vivo en una casa, en una pequeña comunidad de personas que descubren tales testimonios del Dios viviente una y otra vez en la vida diaria, y que alegremente me comentan esto. Ver y encontrar a la Iglesia viviente es una tarea maravillosa que nos fortalece y que, una y otra vez, nos hace alegres en nuestra fe.

Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre!” (fin del extracto y del documento).

     Dos años y medio después de publicadas esas notas del Papa emérito, salieron a la luz otras reflexiones suyas en torno al llamado “matrimonio homosexual”. Parten del mismo marco histórico-teológico, y complementan muy bien lo dicho respecto a la confusa actualidad de la Iglesia, por lo que también las transcribo:

“El matrimonio entre personas del mismo sexo es una deformación de la conciencia, que ha penetrado también profundamente en sectores de personas católicas. Con la legalización del matrimonio del mismo sexo en dieciséis países europeos, el asunto del matrimonio y la familia ha tomado una nueva dimensión que no puede ignorarse.

Hace cien años a todo el mundo le hubiera parecido absurdo hablar de matrimonio homosexual; hoy, todo el que se oponga a él – (lo que equivale a no profesar el credo del anticristo[1] )- queda excomulgado socialmente.

La cuestión no se puede responder con un poco de moralismo o incluso con algunas referencias exegéticas. Este problema es más profundo y por lo tanto debe ser respondido en sus términos fundamentales.

El concepto de matrimonio del mismo sexo es una contradicción con todas las culturas de la humanidad que han llegado hasta ahora, y esto significa una revolución cultural que es opuesta a toda la tradición de la humanidad hasta hoy. La certeza básica de que la humanidad existe como varón y mujer, y que la transmisión de la vida sirve a la tarea de una existencia tal; y que, en esa transmisión de la vida, más allá de toda otra diferencia, consiste esencialmente el matrimonio, es una certeza original que ha sido obvia para la humanidad hasta ahora.

Porque ahora se pone en duda el hecho de que la existencia como hombre, varón y mujer, esté orientada a la procreación, y que la apertura a la transmisión de la vida determina la esencia de aquello que llamamos matrimonio.

La convulsión de esta certeza humana original tiene que ver con la introducción de la píldora anticonceptiva, que trajo consigo la separación de la sexualidad y la fecundidad. La relevancia de la cuestión de la píldora no está en la casuística que la acompaña, ni en el cómo y el cuándo el uso de la píldora está moralmente justificado, sino en la novedad que ha significado: la equiparación de todas las formas de sexualidad; un mensaje nuevo que ha transformado profundamente la conciencia de los hombres.

De eso se sigue un segundo paso: si la sexualidad puede ser separada de la fecundidad, entonces, al contrario, la fecundidad puede ser pensada sin la sexualidad. Detrás de una fecundidad planificada encontramos una idea de hombre que ya no es un don recibido, sino un producto planificado. Por otro lado, aquello que se puede hacer se puede también destruir. En este sentido, la creciente tendencia al suicidio como fin planificado de la propia vida es parte integrante de la situación descrita.

No se trata de ser un poco más abiertos, sino de la pregunta ¿Quién es el hombre? ¿Es una criatura de Dios, o un producto que él mismo sabe crear? Cuando se renuncia a la idea de creación, se renuncia a la grandeza del hombre, a su dignidad que está por encima de cualquier planificación.

El movimiento ecológico ha descubierto el límite de aquello que se puede hacer y ha reconocido que la naturaleza establece para nosotros una medida que no podemos ignorar impunemente. Asimismo, también el hombre tiene una naturaleza que le ha sido dada, y violarla o negarla conduce a la autodestrucción. Por esto, la creación del hombre como varón y mujer es ignorada en el postulado del 'matrimonio homosexual' *[Lo cual, en román paladín, viene a ser que ese mal llamado matrimonio es un invento de los hijos del demonio para destruir al ser humano].” (Fin del texto del Papa Emérito)



[1] El credo de esa “religión erótica que fomenta la lujuria y proscribe la fecundidad” como ha dicho recientemente De Prada citando a Chesterton, en un artículo de ABC: El Odio a la Infancia, domingo 19 de junio de 2022.

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