EXTRACTO

Una cosa es el mito y otra la realidad. En el 68 se optó por la violencia.


Hay valores que nunca deben ser abandonados por un valor mayor, que están por encima incluso de la preservación de la vida física. Existe el martirio; Dios es más, incluida la sobrevivencia física. Una vida comprada por la negación de Dios, una vida que se base en una mentira final, no es vida.

…el Señor ha iniciado una narrativa de amor con nosotros y quiere abarcar a toda la creación en ella. La forma de pelear contra el mal que nos amenaza a nosotros y a todo el mundo, solo puede ser, al final, que entremos en este amor. Es la verdadera fuerza contra el mal, ya que el poder del mal emerge de nuestro rechazo a amar a Dios. Quien se confía al amor de Dios es redimido.

El hoy de la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires y por ello un testimonio del Dios viviente. Si miramos a nuestro alrededor y escuchamos con un corazón atento, podremos hoy encontrar testigos en todos lados, especialmente entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia, que se alzan por Dios con sus vidas y su sufrimiento. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos. (B XVI, Aciprensa 4 abril 2019)


PRÓLOGO 

Recuerdo un fragmento de mis sueños de esta noche: Hay un pueblo oprimido que se agolpa, con máxima tensión y sufrimiento, en el extremo de un puente, y hay un ejército bien armado al otro extremo. El pueblo atribulado está pensando en lanzarse a través del puente a conquistar su libertad, a pecho descubierto, tomando como único escudo frente a las balas los cadáveres de los propios compañeros. Veo que de pronto se lanzan… y van cayendo como moscas, pero en el dramático lance, unos pocos logran llegar a la otra orilla y ponen en fuga a sus opresores… Después ya no veo a nadie; la boca del puente está expedita y es de suponer que de un momento a otro salgan de entre las casas de por allí gente renovada… a tomar posesión de la libertad conquistada.

En la tregua del descanso nocturno, mi inconsciente habría sintetizado en esa escena mi ‘momento vital’, y al desayunar fui rebuscando en los periódicos algún eco de esas visiones y temores míos. Abrí con avidez un artículo titulado ‘Libertad’, pero me encontré con cuatro líneas de Savater que arremetían contra los que no quieren vacunarse. Abrí otro que llevaba por título “Roñosa libertad”, pero era la queja de una escritora sobre la falta de glamour que había rodeado su experiencia con un aborto. Creí finalmente poder encontrar el eco que buscaba en “Salir de las trincheras”, cuya foto en blanco y negro representaba claramente el asalto a vida o muerte a la ansiada libertad; pero el texto de Mons. Sanz se refería a abordar el comienzo de un nuevo curso… Y así chafado, a solas con mis visiones me quedé. 

Debo decir que en esas ‘lecturas’ mañaneras, si bien acompañamiento no hallé, al menos sí que encontré signos aquilatados de la certeza del desastre por mi presentido. En soledad, pues, bajo la insidiosa amenaza de un gran peligro, emprendí mis obligaciones sabatinas. La primera de ellas era subir a mi hija a su clase de tenis. Iba conduciendo con esos incómodos pensamientos cuando, al comenzar a subir la cuesta de dos kilómetros que nos separaba del club, adelanté a un hombre de movilidad reducida que con la fuerza de sus brazos propulsaba un vehículo diseñado para sus condiciones, y que señalizaba adecuadamente su posición con una banderita de España anclada en la carrocería.

Al llegar a mi destino comprendí súbitamente que el testimonio que yo buscaba y necesitaba, para mi especial momento, era justamente el de aquel hombre: el coraje de emprender un duro ascenso bajo una bandera que le diera sentido. 

Me abrazo fuertemente a mi bandera blanca, lleno de amor y mirando al premio que me espera; soy consciente de mi pequeñez, pero no me arredro; fiado en mi Dios, me meto en la refriega; fiado en mi Señor, asalto la muralla.


INTRODUCCIÓN

Han pasado siete años desde que publiqué La Brisa del Alcázar, la primera parte de la trilogía titulada 153 rosas, en la que cuento mi vida. En el epílogo de aquel libro decía:

“En estos graves momentos que nos está tocando vivir, todo lo que no sea construir la convivencia sobre la piedra angular que es Cristo vivo es “desparramar” y por tanto privar a otros del sustento diario.” Y añadía: “La mayor parte de los cristianos afirman esto con sus labios, pero sus ojos no lo ven, no ven que sólo Cristo vivo, que siente y actúa en medio de nosotros, puede construir la paz. Éstos, como al ciego del camino que gritaba al pasar Jesús, me quieren hacer callar, pero Dios mismo los reprueba por ello: ‘Andáis diciendo que aún no es tiempo de reconstruir el templo y vosotros vivís en casas forradas de madera’”.

153 rosas tiene cosas en común con El Quijote. Cervantes toma como pretexto las locas andanzas de su pareja inmortal para retratar el alma humana, yo intento retratar la mía por las propias andanzas de mi vida. Tanto Cervantes como yo narramos la vida y curación de ‘un loco’, pero mientras que Cervantes termina su historia en el mismo momento de la curación, en la mía empieza ahí este segundo volumen.  Don Quijote, tras ser curado en el lecho de muerte, y antes de entregar su alma a Dios, le implora su perdón y le agradece su Misericordia, y con ese reconocimiento del poder de Dios termina su historia; yo, en cambio, empiezo la mía con eso.  El hidalgo manchego, agonizando, zanja las dudas suscitadas por su repentina cordura con tres frases; el protagonista de 153 rosas gestiona esa incredulidad que despierta el poder sanador de Dios también en una agonía, pero de al menos once años -y está por ver si más. 
A propósito de este gran contratiempo, que es la materia de este volumen, está siendo una purificación aún mayor que mi propio trastorno, y tal vez por ello no quiso Cervantes que su personaje pasara por ella, dándole descanso cuando sus huesos ya estaban molidos. El insigne escritor sabía que las cosas que a un loco se le permitían decir no las podría decir un hombre en sus cabales, por eso le dio sepultura en cuanto recuperó la cordura. Leyendo el breve discurso en que el hidalgo manchego muestra su malestar por la incredulidad de sus deudos, al tiempo que les exhorta a conformarse a la verdad de los hechos, entenderán mejor lo que han supuesto para mí estos once años de incomprensión. Helo aquí:
[Estando dictándole al escribano su última voluntad, fue interrumpido por el ‘piadoso sentir’ de los congregados rogándole que volviera a “las andadas”, a lo cual, firme, respondió]:  
– Señores, vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño. Yo fui loco y ya soy cuerdo, fui don Quijote de la Mancha y soy agora, como he dicho, Alonso Quijano el Bueno. Pueda con vuesas mercedes mi arrepentimiento y mi verdad volverme a la estimación que de mí se tenía, y prosiga adelante el señor escribano.
Siendo cierto, pues, que me mueve un interés personal en este libro -el de recobrar mi fama- y aunque legítimo, aclaro que se sobrescribe a otro más profundo y anterior: que aceptando mi curación, los que me lean acepten que sucedió gracias a Dios, y que de esa manera se les abran los ojos para comprender que sus dificultades para aceptar lo evidente, y para aceptándolo vivir tranquilos, son obra de quienes se esfuerzan en apartar a Dios de la sociedad, cuya acción es hoy especialmente intensa, oculta y violenta. Dios, pues, por su presencia o ausencia, es el centro de este libro, como lo es de mi vida y como lo es y fue, de la de millones de seres que ayudaron a lo largo de la Historia a la conquista de todo lo bueno que hoy disfrutamos.
Para apuntalar esta afirmación y encuadrar mejor mi libro, voy a transcribir un texto de una de esas personas, el Papa Emérito Benedicto XVI, uno que escribió en abril del 19 para ayudar a la Iglesia a entender el escándalo de la pederastia. En su día publiqué en las redes un artículo sobre esa gozosa intervención de Benedicto XVI, rompiendo su silencio claustral, para iluminarnos, y también lo copio porque me parece una introducción oportuna al brillante análisis del papa. Con su cristalina prosa, el teólogo da la clave para entender no sólo la chocante noticia de tantos años de abusos, sino toda la convulsa encrucijada histórica que estamos viviendo. La radiografía que hace es tan buena que no deja lugar a dudas sobre la naturaleza del mal que causó tan monstruoso síntoma, y que es el mismo que está minando nuestra convivencia, destruyendo el derecho y arruinando nuestro patrimonio moral y material. 
Por ese mal, instalado en las instituciones, los que nos hemos postulado públicamente como sus detractores, somos cruelmente castigados, y esa es la razón última de las desventuras que padezco y narro en este libro. Sin pretenderlo, me he visto convertido en un testigo de la Verdad y por eso sufro un martirio lento y doloroso. Sí, lo sufro, pero sigo adelante, porque ‘sé de quién me he fiado’, y en medio de mis padecimientos, las palabras de Ése me consuelan interiormente: “Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa; estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.
Ese testimonio que doy ha estado siempre vinculado a mi vocación matrimonial, y por estar el matrimonio cristiano en el centro del ataque de los enemigos de Dios, los textos que siguen son un marco inmejorable para la narración de los hechos de este libro, un marco y la clave definitiva de su interpretación. 

“Hace “XVI” años, un día lluvioso como el de hoy, conocí a una maravillosa mujer y tras unos meses de noviazgo, un 18 de septiembre, me casé con ella. Enseguida fuimos a ver al Padre Mendizábal que, amorosamente, nos advirtió de que el paso que acabábamos de dar no era el final, sino el comienzo de nuestro paso por la Universidad del Amor. Muchas veces más nos ayudaría este gran sacerdote a superar asignaturas difíciles de esa carrera, hasta que el Señor lo llamó al cielo, un jueves 18 del uno del 18. También al poco de casarnos fuimos a Roma para ser bendecidos por el Papa Juan Pablo II, pero se suspendió súbitamente la audiencia por el agravamiento de su enfermedad. Ese año le 'tocaba' predicar el Vía Crucis del Viernes Santo al Cardenal Ratzinger – ¡un 25 de marzo!- y el dos de abril se murió el Papa Santo. Reunido el Cónclave el 18 de ese mes, en unas horas eligió a Benedicto XVI como sucesor de San Juan Pablo II. 
Ayer precisamente cumplió el Papa Emérito 92 años y en esa cumbre de su experiencia nos regaló 18 páginas espléndidas sobre la situación de la Iglesia y el mundo. 
Esas coincidencias de los varios 18, me han hecho descubrir una relación significativa entre los sucesos de la actualidad. Los que me conocen saben cuáles son mis convicciones y que hago todo lo posible por ser coherente con ellas, hasta sufrir persecución. Destaco de entre mis creencias un par:
Primera: Sólo en Jesucristo está la salvación; y hacer su voluntad es el único empeño que merece la pena. El discernimiento puntual de esa voluntad puede ser penoso a veces, pero hay un principio claro: La vocación recibida; en mi caso, el matrimonio. Éste es para mí el bien a preservar por encima de todos, incluso por encima de mi propia vida. (Esto es lo que Benedicto XVI llama en su escrito 'La categoría básica del cristiano').
Segunda: Estoy salvado en esperanza y ello me impele a darme a los demás, como Cristo se entregó por mí. El amor de Cristo me apremia a ser testigo de esperanza; por eso escribo este blog, y por eso sufro cruz, como mi maestro.  
En aquel memorable Vía Crucis del Coliseo, en su primera estación, se nos dijo: "La justicia es pisoteada por el miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La indecisión, los respetos humanos, dan fuerza al mal". Aunque se añadía que esa es nuestra condición de siempre, hoy cobra tintes dramáticos por la tiranía de lo 'políticamente correcto', que alcanza también, cómo no, a la Iglesia. Y tal vez por eso está pasando desapercibido para la opinión pública cristiana este último texto tan iluminador de Benedicto XVI.
Al respecto del mismo, el 'católico' ABC publicó el sábado un comentario de cuarenta y pico líneas de columna entre un aluvión de chismes electorales, y tan solo vuelve hoy al asunto para darle carpetazo con una foto de los dos Papas en el Alfa y Omega, y sin transcribir ni una palabra de las del insigne teólogo.
En el precioso texto se dice, a propósito del escándalo de la pederastia en la Iglesia, que dos años y medio después del Concilio Vaticano II, el mundo vivió un ataque sin precedentes a la tradición: París vs. Roma. Un orden nuevo, que negaba en lo natural -como el sexo- cualquier relación a Dios, se impuso al mundo, atacando la autoridad moral de la Iglesia con razonamientos erróneos y actitudes violentas, sembrando la cizaña del relativismo y abriendo la puerta a la ideología del enfrentamiento humano. Y por estar en el mundo, también los caminos de la Iglesia se complicaron entonces...
Hoy, medio siglo después, arde el templo de Nuestra Señora y no es posible saber en verdad la causa, pues de aquellos limos vinieron los lodos de la confusión actual, que impiden la clara visión de lo que pasa. [Nota: Hoy precisamente (10-12-21) vuelve a la prensa Notre Dame con el escándalo de una reconstrucción irrespetuosa – ¿irreverente, tal vez?] A pesar de todo, la Iglesia Santa subsiste, nos dice Benedicto XVI, según lo que el mismo Señor había anunciado a los poderosos de su tiempo: "Destruid este Templo y Yo lo levantaré en tres días", refiriéndose a su cuerpo pero afirmando al mismo tiempo que las llamas del mal no acabarían nunca con la Iglesia.
El extravío que ha conducido a muchos clérigos al lamentable lodo del pecado sexual, va parejo al de otros que, dejándose llevar de su ego, han divulgado enseñanzas propias, desdeñando la tradición y la oración como caminos seguros.
Vivir de un modo auténtico la propia vocación y dar ese testimonio, lleva al martirio, o sea, a la esencia del ser cristiano. Esto es válido para la vocación religiosa y también para la vocación matrimonial.
Mi esposa y yo nos casamos convencidos de que emprendíamos un camino bellísimo de realización cristiana. Luego tuvimos la inmensa suerte de cursar el Máster en Ciencias del Matrimonio y de la Familia en el Instituto Pontificio San Juan Pablo II -dependiente de la Universidad Lateranense de Roma- y vimos sobradamente confirmada nuestra impresión sobre el imponente horizonte del Amor Humano.
Llevo tiempo pensando en contar por escrito cómo han sido los nueve años de matrimonio que hemos vivido desde entonces y cada vez que lo pienso me veo igual de incapaz de abordar esa empresa. Sé que la razón de que hayamos vivido tantas contradicciones en este tiempo es la misma que ha intentado revelarnos el Papa emérito en su escrito: Una intensa acción del mal, largamente preparada, para frustrar el proyecto estrella de Dios: El triunfo de Su Amor a través del amor humano.
Estremece ver hasta qué punto han penetrado los escándalos sexuales entre los religiosos, pero yo estoy aún más impresionado  de ver hasta qué punto han alcanzado a los casados. En ambos casos las primeras víctimas son 'los hijos', espirituales o biológicos, y aunque no sé el juicio moral que merece este delito en cada caso, me angustia más el abuso de los nacidos de unión carnal que el de los espirituales. Y por puro designio divino he podido yo tener conocimiento de esta realidad, que me ha angustiado en extremo y me ha forzado a tomar decisiones en que comprometí seriamente mi seguridad personal; pero como he dicho antes, Caritas Christi urget nos.
Y el Padre Mendizábal, qué pinta en todo esto. Ahora se reclama la apertura de su causa, ¡cómo no! y los que la apoyamos sabemos bien hasta qué punto su compromiso apostólico ha sido heroico a la hora de enfrentar con nosotros las batallas que contra nuestra vocación -religiosa o matrimonial- nos había preparado el maligno.
Interpelado por última vez sobre lo que consideraba imprescindible para ser comunicado a un gran grupo de matrimonios, respondió: "Quereos mucho, porque hoy en día, un matrimonio que se quiere, ya es un testimonio impresionante".
Éste es el quicio de este artículo de actualidad: una llamada a alistarse bajo la bandera blanca en la batalla en marcha contra el Amor, en la batalla contra Dios. Hay que decir que, en estos momentos, el hecho de que se haya escrito un texto tan atrevido y limpio como el de Benedicto XVI es ya un signo de que empezamos a sacudirnos el yugo de esa impostura que caracteriza nuestra época. Y muy valiente ha sido el Papa Emérito al contactar con el Papa antes de publicarlo, dándonos ejemplo de que hay que servir a Dios antes que a los hombres. Hay signos también en la sociedad civil de que ese corsé de lo políticamente correcto se está aflojando, aunque pueda llevarnos mucho tiempo soltárnoslo del todo para ponernos las vestiduras blancas. 
(Hasta aquí el artículo del blog de la Fundación Fíate, a continuación, el documento de 18 páginas de Benedicto XVI)    
La Iglesia y el escándalo del abuso sexual
Del 21 al 24 de febrero, tras la invitación del Papa Francisco, los presidentes de las conferencias episcopales del mundo se reunieron en el Vaticano para discutir la crisis de fe y de la Iglesia, una crisis palpable en todo el mundo tras las chocantes revelaciones del abuso clerical perpetrado contra menores. La extensión y la gravedad de los incidentes reportados han desconcertado a sacerdotes y laicos, y ha hecho que muchos cuestionen la misma fe de la Iglesia. Fue necesario enviar un mensaje fuerte y buscar un nuevo comienzo para hacer que la Iglesia sea nuevamente creíble como luz entre los pueblos y como una fuerza que sirve contra los poderes de la destrucción.
Ya que yo mismo he servido en una posición de responsabilidad como pastor de la Iglesia en una época en la que se desarrolló esta crisis y antes de ella, me tuve que preguntar –aunque ya no soy directamente responsable por ser emérito– cómo podía contribuir a ese nuevo comienzo en retrospectiva. Entonces, desde el periodo del anuncio hasta la reunión misma de los presidentes de las conferencias episcopales, reuní algunas notas con las que quiero ayudar en esta hora difícil. Habiendo contactado al Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal (Pietro) Parolin, y al mismo Papa Francisco, me parece apropiado publicar este texto en el "Klerusblatt".
Mi trabajo se divide en tres partes.
En la primera, busco presentar brevemente el amplio contexto del asunto, sin el cual el problema no se puede entender. Intento mostrar que en la década de 1960 ocurrió un gran evento, en una escala sin precedentes en la historia. Se puede decir que en los 20 años entre 1960 y 1980, los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente, y surgió una nueva normalidad que hasta ahora ha sido responsable de varios laboriosos intentos de disrupción.
En la segunda parte, busco precisar los efectos de esta situación en la formación de los sacerdotes y en sus vidas.
Finalmente, en la tercera parte, busco ofrecer algunas perspectivas para una adecuada respuesta por parte de la Iglesia.
I. (1) El asunto comienza con la introducción de los niños y jóvenes en la naturaleza de la sexualidad, algo prescrito y apoyado por el Estado. En Alemania, lo que al principio se buscaba que fuera solo para la educación sexual de los jóvenes, se aceptó luego como una opción factible. Efectos similares se lograron con el "Sexkoffer" en Austria. Las películas pornográficas y con contenido sexual se convirtieron entonces en algo común, hasta el punto de que se transmitían en pequeños cines (Bahnhofskinos). Todavía recuerdo haber visto, mientras caminaba en la ciudad de Ratisbona un día, multitudes haciendo cola ante un gran cine, algo que habíamos visto antes solo en tiempos de guerra, cuando se esperaba una asignación especial. También recuerdo haber llegado a la ciudad el Viernes Santo de 1970 y ver en las vallas publicitarias un gran anuncio de dos personas completamente desnudas y abrazadas.
Entre las libertades por las que la Revolución de 1968 peleó estaba la libertad sexual total, una que ya no tuviera normas. La voluntad de usar la violencia, que caracterizó esos años (véase foto), está fuertemente relacionada con este colapso mental. De hecho, los vídeos sexuales ya no se permitían en los aviones porque podían generar violencia en la pequeña comunidad de pasajeros. Y dado que los excesos en la vestimenta también provocaban agresiones, los directores de los colegios hicieron varios intentos para introducir una vestimenta escolar que facilitara un clima para el aprendizaje.
Parte de la fisonomía de la Revolución del 68 fue que la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada.
Para los jóvenes en la Iglesia, pero no solo para ellos, esto fue en muchas formas un tiempo muy difícil. Siempre me he preguntado cómo los jóvenes en esta situación se podían acercar al sacerdocio y aceptarlo con todas sus ramificaciones. El extenso colapso de las siguientes generaciones de sacerdotes en aquellos años y el gran número de laicizaciones fueron una consecuencia de todos estos desarrollos.
(2) Al mismo tiempo, independientemente de este desarrollo, la teología moral católica sufrió un colapso que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad. Trataré de delinear brevemente la trayectoria que siguió este desarrollo.
Hasta el Concilio Vaticano II, la teología moral católica estaba ampliamente fundada en la ley natural, mientras que las Sagradas Escrituras se citaban solamente para tener contexto o justificación. En la lucha del Concilio por un nuevo entendimiento de la Revelación, la opción por la ley natural fue ampliamente abandonada, y se exigió una teología moral basada enteramente en la Biblia.
Aún recuerdo cómo la facultad jesuita en Frankfurt entrenó al joven e inteligente Padre Schüller con el propósito de desarrollar una moralidad basada enteramente en las Escrituras. La bella disertación del Padre Schüller muestra un primer paso hacia la construcción de una moralidad basada en las Escrituras. El Padre fue luego enviado a Estados Unidos y volvió habiéndose dado cuenta de que solo con la Biblia la moralidad no podía expresarse sistemáticamente. Luego intentó una teología moral más pragmática, sin ser capaz de dar una respuesta a la crisis de moralidad.
Al final, prevaleció principalmente la hipótesis de que la moralidad debía ser exclusivamente determinada por los propósitos de la acción humana. Si bien la antigua frase “el fin justifica los medios” no fue confirmada en esta forma cruda, su modo de pensar si se había convertido en definitivo.
En consecuencia, ya no podía haber nada que constituya un bien absoluto, ni nada que fuera fundamentalmente malo; podía haber solo juicios de valor relativos. Ya no había bien (absoluto), sino solo lo relativamente mejor o contingente en el momento y en circunstancias.
La crisis de la justificación y la presentación de la moralidad católica llegaron a proporciones dramáticas al final de la década de 1980 y en la de 1990. El 5 de enero de 1989 se publicó la “Declaración de Colonia”, firmada por 15 profesores católicos de teología. Se centró en varios puntos de la crisis en la relación entre el magisterio episcopal y la tarea de la teología. Las reacciones a este texto, que al principio no fue más allá del nivel usual de protestas, creció muy rápidamente y se convirtió en un grito contra el magisterio de la Iglesia y reunió, clara y visiblemente, el potencial de protesta global contra los esperados textos doctrinales de Juan Pablo II (firmas que incluían al teólogo Karl Rahner y al Cardenal alemán Walter Kasper)
El Papa Juan Pablo II, que conocía muy bien y que seguía de cerca la situación en la que estaba la teología moral, comisionó el trabajo de una encíclica para poner las cosas en claro nuevamente. Se publicó con el título de Veritatis splendor (El esplendor de la verdad) el 6 de agosto de 1993 y generó diversas reacciones vehementes por parte de los teólogos morales. Antes de eso, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ya había presentado persuasivamente y de modo sistemático la moralidad como es proclamada por la Iglesia.
Nunca olvidaré cómo el entonces líder teólogo moral de lengua alemana, Franz Böckle, habiendo regresado a su natal Suiza tras su retiro, anunció con respecto a la Veritatis Splendor que si la encíclica determinaba que había acciones que siempre y en todas circunstancias podían clasificarse como malas, entonces él la rebatiría con todos los recursos a su disposición.
Fue Dios, el Misericordioso, quien evitó que pusiera en práctica su resolución ya que Böckle murió el 8 de julio de 1991. La encíclica fue publicada el 6 de agosto de 1993 y efectivamente incluía la determinación de que había acciones que nunca pueden ser buenas.
El Papa era totalmente consciente de la importancia de esta decisión en ese momento y para esta parte del texto consultó nuevamente a los mejores especialistas que no tomaron parte en la edición de la encíclica. Él sabía que no debía dejar duda sobre el hecho de que la moralidad de balancear los bienes debe tener siempre un límite. Hay bienes que nunca están sujetos a concesiones.
Hay valores que nunca deben ser abandonados por un valor mayor, que están por encima incluso de la preservación de la vida física. Existe el martirio. Dios es más, incluida la sobrevivencia física. Una vida comprada por la negación de Dios, una vida que se base en una mentira final, no es vida.
El martirio es la categoría básica de la existencia cristiana. El hecho de que ya no sea moralmente necesario en la teoría que defiende Böckle y muchos otros demuestra que la misma esencia del cristianismo está en juego aquí.
En la teología moral, sin embargo, otra pregunta se había vuelto apremiante: había ganado amplia aceptación la hipótesis de que el magisterio de la Iglesia debe tener competencia final (“infalibilidad”) solo en materias concernientes a la fe, y los asuntos sobre la moralidad no deben caer en el rango de las decisiones infalibles del magisterio de la Iglesia. Hay probablemente algo de cierto en esta hipótesis que garantiza un mayor debate, pero hay un mínimo conjunto de cuestiones morales que están indisolublemente relacionadas al principio fundacional de la fe y que tiene que ser defendido si no se quiere que la fe sea reducida a una teoría y no se le reconozca en su clamor por la vida concreta.
Todo esto permite ver cuán fundamentalmente se cuestiona la autoridad de la Iglesia en asuntos de moralidad. Los que niegan a la Iglesia una competencia en la enseñanza final en esta área la obligan a permanecer en silencio precisamente allí donde el límite entre la verdad y la mentira está en juego.
Independientemente de este asunto, en muchos círculos de teología moral se expuso la hipótesis de que la Iglesia no tiene y no puede tener su propia moralidad. El argumento era que todas las hipótesis morales tendrían su paralelo en otras religiones y, por lo tanto, no existiría una naturaleza cristiana. Pero el asunto de la naturaleza de una moralidad bíblica no se responde con el hecho de que para cada enunciado [moral] en algún lugar de la biblia, se puede encontrar un paralelo en otras religiones. En vez de eso, se trata de toda la moralidad bíblica, que como tal es nueva y distinta de sus partes individuales.
La doctrina moral de las Sagradas Escrituras tiene su forma de ser única predicada finalmente en su concreción a imagen de Dios, en la fe en un Dios que se mostró a sí mismo en Jesucristo y que vivió como ser humano. El Decálogo es una aplicación a la vida humana de la fe bíblica en Dios. La imagen de Dios y la moralidad se pertenecen y por eso resulta en el cambio particular de la actitud cristiana hacia el mundo y la vida humana. Además, el cristianismo ha sido descrito desde el comienzo con la palabra hodós (camino, en griego, usado en el Nuevo Testamente para hablar de un camino de progreso).
La fe es una travesía y una forma de vida. En la antigua Iglesia, el catecumenado fue creado como un hábitat en la que los aspectos distintivos y frescos de la forma de vivir la vida cristiana eran al mismo tiempo practicados y protegidos ante la cultura que era cada vez más desmoralizada. Creo que incluso hoy algo como las comunidades de catecumenado son necesarias para que la vida cristiana pueda afirmarse en su propia manera.
II. Las reacciones eclesiales iniciales
(1) El proceso largamente preparado y en marcha para la disolución del concepto cristiano de moralidad estuvo marcado, como he tratado de demostrar, por la radicalidad sin precedentes de la década de 1960. Esta disolución de la autoridad moral de la enseñanza de la Iglesia necesariamente debió tener un efecto en los distintos miembros de la Iglesia. En el contexto del encuentro de los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo con el Papa Francisco, el asunto de la vida sacerdotal, así como la de los seminarios, es de particular interés. Ya que tiene que ver con el problema de la preparación en los seminarios para el ministerio sacerdotal, hay de hecho una descomposición de amplio alcance en cuanto a la forma previa de preparación.
En varios seminarios se establecieron grupos homosexuales que actuaban más o menos abiertamente, con lo que cambiaron significativamente el clima que se vivía en ellos. En un seminario en el sur de Alemania, los candidatos al sacerdocio y para el ministerio laico de especialistas pastorales vivían juntos. En las comidas cotidianas, los seminaristas y los especialistas pastorales estaban juntos. Los casados a veces estaban con sus esposas e hijos; y en ocasiones con sus novias. El clima en este seminario no proporcionaba el apoyo requerido para la preparación de la vocación sacerdotal. La Santa Sede sabía de esos problemas sin estar informada precisamente. Como primer paso, se acordó una visita apostólica (N. del T.: investigación) para los seminarios en Estados Unidos.
Como el criterio para la selección y designación de obispos también había cambiado luego del Concilio Vaticano II, la relación de los obispos con sus seminarios también era muy diferente. Por encima de todo se estableció la “conciliaridad” como un criterio para el nombramiento de nuevos obispos, que podía entenderse de varias maneras.
De hecho, en muchos lugares se entendió que las actitudes conciliares tenían que ver con tener una actitud crítica o negativa hacia la tradición existente hasta entonces, y que debía ser reemplazada por una relación nueva y radicalmente abierta con el mundo. Un obispo, que había sido antes rector de un seminario, había hecho que los seminaristas vieran películas pornográficas con la intención de que estas los hicieran resistentes ante las conductas contrarias a la fe.
Hubo –y no solo en los Estados Unidos de América– obispos que individualmente rechazaron la tradición católica por completo y buscaron una nueva y moderna “catolicidad” en sus diócesis. Tal vez valga la pena mencionar que, en no pocos seminarios, a los estudiantes que los veían leyendo mis libros se les consideraba no aptos para el sacerdocio. Mis libros fueron escondidos, como si fueran mala literatura, y se leyeron solo bajo el escritorio.
La visita que se realizó no dio nuevas pistas, aparentemente porque varios poderes unieron fuerzas para maquillar la verdadera situación. Una segunda visita se ordenó y esa sí permitió tener datos nuevos, pero al final no logró ningún resultado. Sin embargo, desde la década de 1970 la situación en los seminarios ha mejorado en general. Y, sin embargo, solo aparecieron casos aislados de un nuevo fortalecimiento de las vocaciones sacerdotales ya que la situación general había tomado otro rumbo.
(2) El asunto de la pedofilia, según recuerdo, no fue agudo sino hasta la segunda mitad de la década de 1980. Mientras tanto, ya se había convertido en un asunto público en Estados Unidos, tanto así que los obispos fueron a Roma a buscar ayuda ya que la ley canónica, como se escribió en el nuevo Código (1983), no parecía suficiente para tomar las medidas necesarias. Al principio Roma y los canonistas romanos tuvieron dificultades con estas preocupaciones ya que, en su opinión, la suspensión temporal del ministerio sacerdotal tenía que ser suficiente para generar purificación y clarificación. Esto no podía ser aceptado por los obispos estadounidenses, porque de ese modo los sacerdotes permanecían al servicio del obispo y así eran asociados directamente con él. Lentamente fue tomando forma una renovación y profundización de la ley penal del nuevo Código, que había sido construida adrede de manera holgada.
Además, y sin embargo, había un problema fundamental en la percepción de la ley penal. Solo el llamado garantismo (una especie de proteccionismo procesal) era considerado como “conciliar”. Esto significa que se tenía que garantizar, por encima de todo, los derechos del acusado hasta el punto en que se excluyera del todo cualquier tipo de condena. Como parapeto en las opciones de defensa, disponibles para los teólogos acusados y con frecuencia inadecuadas, su derecho a la defensa usando el garantismo se extendió a tal punto que las condenas eran casi imposibles.
Permítanme un breve excurso en este punto. A la luz de la escala de la inconducta pedófila, una palabra de Jesús nuevamente salta a la palestra: “Y cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al mar” (Mc 9,42).
La palabra “pequeños” en el idioma de Jesús significa los creyentes comunes que pueden ver su fe confundida por la arrogancia intelectual de aquellos que creen que son inteligentes. Entonces, aquí Jesús protege el depósito de la fe con una amenaza o castigo enfático para quienes hacen daño.
El uso moderno de la frase no es en sí mismo equivocado, pero no debe oscurecer el significado original. En él queda claro, contra cualquier garantismo, que no solo el derecho del acusado es importante y requiere una garantía. Los grandes bienes como la fe son igualmente importantes.
Entonces, una ley canónica equilibrada que se corresponda con todo el mensaje de Jesús no solo tiene que proporcionar una garantía para el acusado, para quien el respeto es un bien legal, sino que también tiene que proteger la fe que también es un importante bien legal. Una ley canónica adecuadamente formada tiene que contener entonces una doble garantía: la protección legal del acusado y la protección legal del bien que está en juego. Si bien hoy se presenta esta concepción inherentemente clara, generalmente se cae en hacer oídos sordos cuando se llega al asunto de la protección de la fe como un bien legal. En la consciencia general de la ley, la fe ya no parece tener el rango de bien que requiere protección. Esta es una situación alarmante que los pastores de la Iglesia tienen que considerar y tomar en serio.
Ahora me gustaría agregar, a las breves notas sobre la situación de la formación sacerdotal en el tiempo en el que estalló la crisis, algunas observaciones sobre el desarrollo de la ley canónica en este asunto.
En principio, la Congregación para el Clero es la responsable de lidiar con crímenes cometidos por sacerdotes, pero dado que el garantismo dominó largamente la situación en ese entonces, estuve de acuerdo con el Papa Juan Pablo II en que era adecuado asignar estas ofensas a la Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo el título de "Delicta maiora contra fidem".
Esto hizo posible imponer la pena máxima, es decir la expulsión del estado clerical, que no se habría podido imponer bajo otras previsiones legales. Esto no fue un truco para imponer la máxima pena, sino una consecuencia de la importancia de la fe para la Iglesia. De hecho, es importante ver que tal inconducta de los clérigos al final daña la fe.
Es donde la fe ya no determina las acciones del hombre donde tales ofensas son posibles (la pederastia de clérigos se da en contextos donde ya la fe no cuenta en la vida de las personas).
La severidad del castigo, sin embargo, también presupone una prueba clara de la ofensa: este aspecto del garantismo permanece en vigor. 
En otras palabras, para imponer la máxima pena legalmente, se requiere un proceso penal genuino, pero ambos, las diócesis y la Santa Sede se ven sobrepasados por tal requerimiento. Por ello formulamos un nivel mínimo de procedimientos penales y dejamos abierta la posibilidad de que la misma Santa Sede asuma el juicio allí donde la diócesis o la administración metropolitana no pueden hacerlo. En cada caso, el juicio debe ser revisado por la Congregación para la Doctrina de la Fe para garantizar los derechos del acusado. Finalmente, en la feria cuarta (la asamblea de los miembros de la Congregación) establecimos una instancia de apelación para proporcionar la posibilidad de apelar.
Ya que todo esto superó en la realidad las capacidades de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ya que las demoras que surgieron tenían que ser previstas dada la naturaleza de esta materia, el Papa Francisco ha realizado reformas adicionales.
III. (1.) ¿Qué se debe hacer? ¿Tal vez deberíamos crear otra Iglesia para que las cosas funcionen? Bueno, ese experimento ya se ha realizado y ya ha fracasado. Solo la obediencia y el amor por nuestro Señor Jesucristo pueden indicarnos el camino, así que primero tratemos de entender nuevamente y desde adentro (de nosotros mismos) lo que el Señor quiere y ha querido con nosotros.
Primero, sugeriría lo siguiente: si realmente quisiéramos resumir muy brevemente el contenido de la fe como está en la Biblia, tendríamos que hacerlo diciendo que el Señor ha iniciado una narrativa de amor con nosotros y quiere abarcar a toda la creación en ella. La forma de pelear contra el mal que nos amenaza a nosotros y a todo el mundo, solo puede ser, al final, que entremos en este amor. Es la verdadera fuerza contra el mal, ya que el poder del mal emerge de nuestro rechazo a amar a Dios. Quien se confía al amor de Dios es redimido. Nuestro ser no redimidos es una consecuencia de nuestra incapacidad de amar a Dios. Aprender a amar a Dios es, por lo tanto, el camino de la redención humana.
Tratemos de desarrollar un poco más este contenido esencial de la revelación de Dios. Podemos entonces decir que el primer don fundamental que la fe nos ofrece es la certeza de que Dios existe. Un mundo sin Dios solo puede ser un mundo sin significado. De otro modo, ¿de dónde vendría todo? En cualquier caso, no tiene propósito espiritual; de algún modo está simplemente allí y no tiene objetivo ni sentido. Entonces no hay estándares del bien ni del mal, y solo lo que es más fuerte que otra cosa puede afirmarse a sí misma, y el poder se convierte en el único principio. La verdad no cuenta, en realidad no existe. Solo si las cosas tienen una razón espiritual tienen una intención y son concebidas. Solo si hay un Dios Creador que es bueno y que quiere el bien, la vida del hombre puede tener sentido.
Existe un Dios como creador y la medida – el sentido- de todas las cosas es una necesidad primera y primordial; pero un Dios que no se exprese para nada a sí mismo, que no se hiciese conocido, permanecería como una presunción y podría entonces no determinar la forma [Gestalt] de nuestra vida. Para que Dios sea realmente Dios en esta creación deliberada, tenemos que mirarlo para que se exprese a sí mismo de alguna forma. Lo ha hecho de muchas maneras, pero decisivamente lo hizo en el llamado a Abraham y en que le dio a la gente que buscaba a Dios la orientación que lleva más allá de toda expectativa: Dios mismo se convierte en criatura, habla como hombre con nosotros los seres humanos.
En este sentido la frase “Dios es”, al final se convierte en un mensaje verdaderamente gozoso, precisamente porque Él es más que entendimiento, porque Él crea –y es– amor para que una vez más la gente sea consciente de esta, la primera y fundamental tarea confiada a nosotros por el Señor.
Una sociedad sin Dios –una sociedad que no lo conoce y que lo trata como no existente– es una sociedad que pierde su medida. Fue en nuestros días en los que se acuñó la frase de la muerte de Dios. Cuando Dios muere en una sociedad, se nos dijo, esta se hace libre. En realidad, la muerte de Dios en una sociedad también significa el fin de la libertad porque lo que muere es el propósito que proporciona orientación, dado que desaparece la brújula que nos dirige en la dirección correcta que nos enseña a distinguir el bien del mal. La sociedad occidental es una sociedad en la que Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle. Y esa es la razón por la que es una sociedad en la que la medida de la humanidad se pierde cada vez más. En puntos individuales, de pronto parece que lo que es malo y destruye al hombre se ha convertido en una cuestión de rutina.
Ese es el caso con la pedofilia. Se teorizó solo hace un tiempo como algo legítimo, pero se ha difundido más y más. Y ahora nos damos cuenta con sorpresa de que las cosas que les están pasando a nuestros niños y jóvenes amenazan con destruirlos. El hecho de que esto también pueda extenderse en la Iglesia y entre los sacerdotes es algo que nos debe molestar de modo particular.
¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones? Al final de cuentas, la razón es la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico. Luego de la convulsión de la Segunda Guerra Mundial, nosotros en Alemania todavía teníamos expresamente en nuestra Constitución que estábamos bajo responsabilidad de Dios como un principio guía. Medio siglo después, ya no fue posible incluir la responsabilidad para con Dios como un principio guía en la Constitución europea. Dios es visto como la preocupación partidaria de un pequeño grupo y ya no puede ser un principio guía para la comunidad como un todo. Esta decisión se refleja en la situación de Occidente, donde Dios se ha convertido en un asunto privado de una minoría.
Una tarea primordial, que tiene que resultar de las convulsiones morales de nuestro tiempo, es que nuevamente comencemos a vivir por Dios y bajo Él. Por encima de todo, nosotros tenemos que aprender una vez más a reconocer a Dios como la base de nuestra vida en vez de dejarlo a un lado como si fuera una frase no efectiva. Nunca olvidaré la advertencia del gran teólogo Hans Urs von Balthasar que una vez me escribió en una de sus postales: “¡No presuponga al Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, preséntelo!”.
De hecho, en la teología Dios siempre se da por sentado como un asunto de rutina, pero en lo concreto uno no se relaciona con Él. El tema de Dios parece tan irreal, tan expulsado de las cosas que nos preocupan y, sin embargo, todo se convierte en algo distinto si no se presupone, sino que se presenta a Dios; no dejándolo atrás como un marco, sino reconociéndolo como el centro de nuestros pensamientos, palabras y acciones.
(2) Dios se hizo hombre por nosotros. El hombre como Su criatura es tan cercano a Su corazón que Él se ha unido a sí mismo con él y ha entrado así en la historia humana de una forma muy práctica. Él habla con nosotros, vive con nosotros, sufre con nosotros y asumió la muerte por nosotros. Hablamos sobre esto en detalle en la teología, con palabras y pensamientos aprendidos, pero es precisamente de esta forma que corremos el riesgo de convertirnos en maestros de fe en vez de ser renovados y hechos maestros por la fe.
Consideremos esto con respecto al asunto central: la celebración de la Santa Eucaristía. Nuestro manejo de la Eucaristía solo puede generar preocupación. El Concilio Vaticano II se centró correctamente en regresar este sacramento de la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo, de la presencia de Su persona, de su Pasión, Muerte y Resurrección, al centro de la vida cristiana y la misma existencia de la Iglesia. En parte esto realmente ha ocurrido y deberíamos estar agradecidos al Señor por ello.
Y sin embargo prevalece una actitud muy distinta. Lo que predomina no es una nueva reverencia por la presencia de la muerte y resurrección de Cristo, sino una forma de lidiar con Él que destruye la grandeza del Misterio. La caída en la participación de las celebraciones eucarísticas dominicales muestra lo poco que los cristianos de hoy saben sobre apreciar la grandeza del don que consiste en Su Presencia real. La Eucaristía se ha convertido en un mero gesto ceremonial cuando se da por sentado que la cortesía requiere que sea ofrecido en celebraciones familiares o en ocasiones como bodas y funerales a todos los invitados por razones familiares.
La forma en la que la gente simplemente recibe el Santísimo Sacramento en la comunión como algo rutinario muestra que muchos la ven como un gesto puramente ceremonial. Por lo tanto, cuando se piensa en la acción que se requiere primero y primordialmente, es bastante obvio que no necesitamos otra Iglesia con nuestro propio diseño. En vez de ello se requiere, primero que nada, la renovación de la fe en la realidad de que Jesucristo se nos es dado en el Santísimo Sacramento.
En conversaciones con víctimas de pedofilia, me hicieron muy consciente de este requisito primero y fundamental. Una joven que había sido acólita me dijo que el capellán, su superior en el servicio del altar, siempre la introducía al abuso sexual que él cometía con estas palabras: “Este es mi cuerpo que será entregado por ti”.
Es obvio que esta mujer ya no puede escuchar las palabras de la consagración sin experimentar nuevamente la terrible angustia de los abusos. Sí, tenemos que implorar urgentemente al Señor por su perdón, pero antes que nada tenemos que jurar por Él y pedirle que nos enseñe nuevamente a entender la grandeza de Su sufrimiento y Su sacrificio. Y tenemos que hacer todo lo que podamos para proteger del abuso el don de la Santísima Eucaristía.
(3) Y finalmente, está el Misterio de la Iglesia. La frase con la que Romano Guardini, hace casi 100 años, expresó la esperanza gozosa que había en él y en muchos otros, permanece inolvidable: “Un evento de importancia incalculable ha comenzado, la Iglesia está despertando en las almas”.
Se refería a que la Iglesia ya no era experimentada o percibida simplemente como un sistema externo que entraba en nuestras vidas, como una especie de autoridad, sino que había comenzado a ser percibida como algo presente en el corazón de la gente, como algo no meramente externo, sino que nos movía interiormente. Casi 50 años después, al reconsiderar este proceso y viendo lo que ha estado pasando, me siento tentado a revertir la frase: “La Iglesia está muriendo en las almas”.
De hecho, hoy la Iglesia es vista ampliamente solo como una especie de aparato político. Se habla de ella casi exclusivamente en categorías políticas y esto se aplica incluso a obispos que formulan su concepción de la Iglesia del mañana casi exclusivamente en términos políticos. La crisis, causada por los muchos casos de abusos de clérigos, nos hace mirar a la Iglesia como algo casi inaceptable que tenemos que tomar en nuestras manos y rediseñar. Pero una Iglesia que se hace a sí misma no puede constituir esperanza.
Jesús mismo comparó la Iglesia a una red de pesca en la que Dios mismo separa los buenos peces de los malos. También hay una parábola de la Iglesia como un campo en el que el buen grano que Dios mismo sembró crece junto a la mala hierba que “un enemigo” secretamente echó en él. De hecho, la mala hierba en el campo de Dios, la Iglesia, son ahora excesivamente visibles y los peces malos en la red también muestran su fortaleza. Sin embargo, el campo es aún el campo de Dios y la red es la red de Dios. Y en todos los tiempos, no solo ha habido mala hierba o peces malos, sino también los sembríos de Dios y los buenos peces. Proclamar ambos con énfasis y de la misma forma no es una manera falsa de apologética, sino un necesario servicio a la Verdad.
En este contexto es necesario referirnos a un importante texto en la Revelación a Juan. El demonio es identificado como el acusador que acusa a nuestros hermanos ante Dios día y noche. (Ap 12, 10). El Apocalipsis toma entonces un pensamiento que está al centro de la narrativa en el libro de Job (Job 1 y 2, 10; 42:7-16). Allí se dice que el demonio buscaba mostrar que lo correcto en la vida de Job ante Dios era algo meramente externo. Y eso es exactamente lo que el Apocalipsis tiene que decir: el demonio quiere probar que no hay gente correcta, que su corrección solo se muestra en lo externo. Si uno pudiera acercarse, entonces la apariencia de justicia se caería rápidamente.
La narración comienza con una disputa entre Dios y el demonio, en la que Dios se ha referido a Job como un hombre verdaderamente justo. Ahora va a ser usado como un ejemplo para probar quién tiene razón. El demonio pide que se le quiten todas sus posesiones para ver que nada queda de su piedad. Dios le permite que lo haga, tras lo cual Job actúa positivamente. Luego el demonio presiona y dice: “¡Piel por piel! Sí, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. Sin embargo, extiende ahora tu mano y toca su hueso y su carne, verás si no te maldice en tu misma cara". (Job 2,4f).
Entonces Dios le otorga al demonio un segundo turno. También toca la piel de Job y solo le está negado matarlo. Para los cristianos es claro que este Job, que está de pie ante Dios como ejemplo para toda la humanidad, es Jesucristo. En el Apocalipsis el drama de la humanidad nos es presentado en toda su amplitud.
El Dios Creador es confrontado con el demonio que habla a toda la humanidad y a toda la creación. Le habla no solo a Dios, sino y sobre todo a la gente: Miren lo que este Dios ha hecho. Supuestamente una buena creación. En realidad, está llena de miseria y disgustos. El desaliento de la creación es en realidad el menosprecio de Dios. Quiere probar que Dios mismo no es bueno y alejarnos de Él.
La oportunidad en la que el Apocalipsis nos está hablando aquí es obvia. Hoy, la acusación contra Dios es sobre todo menosprecio de Su Iglesia como algo malo en su totalidad y por lo tanto nos disuade de ella. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer. No, incluso hoy la Iglesia no está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva.
Es muy importante oponerse con toda la verdad a las mentiras y las medias verdades del demonio: sí, hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible. Además, hoy hay mucha gente que humildemente cree, sufre y ama, en quien el Dios verdadero, el Dios amoroso, se muestra a Sí mismo a nosotros. Dios también tiene hoy Sus testigos ("martyres") en el mundo. Nosotros solo tenemos que estar vigilantes para verlos y escucharlos.
La palabra mártir está tomada de la ley procesal. En el juicio contra el demonio, Jesucristo es el primer y verdadero testigo de Dios, el primer mártir, que desde entonces ha sido seguido por incontables otros.
El hoy de la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires y por ello un testimonio del Dios viviente. Si miramos a nuestro alrededor y escuchamos con un corazón atento, podremos hoy encontrar testigos en todos lados, especialmente entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia, que se alzan por Dios con sus vidas y su sufrimiento. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos. Una de las grandes y esenciales tareas de nuestra evangelización es, hasta donde podamos, establecer hábitats de fe y, por encima de todo, encontrar y reconocerlos.
Vivo en una casa, en una pequeña comunidad de personas que descubren tales testimonios del Dios viviente una y otra vez en la vida diaria, y que alegremente me comentan esto. Ver y encontrar a la Iglesia viviente es una tarea maravillosa que nos fortalece y que, una y otra vez, nos hace alegres en nuestra fe. 
Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Franciso por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre! Benedicto XVI.

Dos años y medio después, el Papa Emérito escribió, en la misma clave histórico-teológica, otro texto que actualiza la enseñanza de la Iglesia sobre temas controvertidos de la actualidad, y también es útil como marco para este segundo volumen de 153 rosas:
“El matrimonio entre personas del mismo sexo es una deformación de la conciencia, que ha penetrado también profundamente en sectores de personas católicas. Con la legalización del matrimonio del mismo sexo en 16 países europeos, el asunto del matrimonio y la familia ha tomado una nueva dimensión que no puede ignorarse.
Hace cien años a todo el mundo le hubiera parecido absurdo hablar de matrimonio homosexual; hoy, todo el que se oponga a él – (lo que equivale a no profesar el credo del anticristo)- queda excomulgado socialmente. 
La cuestión no se puede responder con un poco de moralismo o incluso con algunas referencias exegéticas. Este problema es más profundo y por lo tanto debe ser respondido en sus términos fundamentales. 
El concepto de matrimonio del mismo sexo es una contradicción con todas las culturas de la humanidad que han llegado hasta ahora, y esto significa una revolución cultural que es opuesta a toda la tradición de la humanidad hasta hoy. La certeza básica de que la humanidad existe como varón y mujer, y que la transmisión de la vida sirve a la tarea de una existencia tal; y que, en esa transmisión de la vida, más allá de toda otra diferencia, consiste esencialmente el matrimonio, es una certeza original que ha sido obvia para la humanidad hasta ahora. 
Porque ahora se pone en duda el hecho de que la existencia como hombre, varón y mujer, esté orientada a la procreación, y que la apertura a la transmisión de la vida determina la esencia de aquello que llamamos matrimonio. 
La convulsión de esta certeza humana original tiene que ver con la introducción de la píldora anticonceptiva, que trajo consigo la separación de la sexualidad y la fecundidad. La relevancia de la cuestión de la píldora no está en la casuística que la acompaña, ni en el cómo y el cuándo el uso de la píldora está moralmente justificado, sino en la novedad que ha significado: la equiparación de todas las formas de sexualidad; un mensaje nuevo que ha transformado profundamente la conciencia de los hombres. 
De eso se sigue un segundo paso: si la sexualidad puede ser separada de la fecundidad, entonces, al contrario, la fecundidad puede ser pensada sin la sexualidad. Detrás de una fecundidad planificada encontramos una idea de hombre que ya no es un don recibido, sino un producto planificado. Por otro lado, aquello que se puede hacer se puede también destruir. En este sentido, la creciente tendencia al suicidio como fin planificado de la propia vida es parte integrante de la situación descrita. 
No se trata de ser un poco más abiertos, sino de la pregunta ¿quién es el hombre? ¿Es una criatura de Dios? O un producto que él mismo sabe crear. Cuando se renuncia a la idea de creación, se renuncia a la grandeza del hombre, a su dignidad que está por encima de cualquier planificación. 
El movimiento ecológico ha descubierto el límite de aquello que se puede hacer y ha reconocido que la naturaleza establece para nosotros una medida que no podemos ignorar impunemente. Asimismo, también el hombre tiene una naturaleza que le ha sido dada, y violarla o negarla conduce a la autodestrucción. Por esto, la creación del hombre como varón y mujer es ignorada en el postulado del 'matrimonio homosexual'.” (fin)
     Un día recibí la temprana visita de dos expertos policías madrileños, y ese hecho, unido a otras cosas que ese día me pasaron, me decidieron a reanudar la escritura de mis memorias.
Lo había dejado en mis 49 años, a los seis de haberme casado, en un momento en que mi soñada vida buena al lado de mi esposa empezaba a transformarse en un pensamiento dolorosísimo, en un recuerdo que, para no enloquecer, procuraba yo evitar.
El matrimonio había sido para mí alcanzar, por fin, la cima de una montaña, llena de peligros, que el amor insondable de Dios me había asignado como misión para mi juventud. Al superar aquella difícil prueba, me había hecho la ilusión de que dejaba atrás el sufrimiento, al menos por una temporada. No podía sospechar que las mieles que yo me imaginaba nunca iban a tener lugar... en esta vida. 
Ya el mismo día de la boda, pidió audiencia el malo para tratar con Dios de mis asuntos. Y por lo que se ve obtuvo permiso para apretarme las tuercas cuando más daño pudiera hacerme. 
Lo que hizo evaporarse aquel sueño mío tan maravilloso –para acceder, no hay que olvidarlo, a una realidad maravillosa y eterna- fue la desconfianza hacia mí que Dios permitió que se instalase en el corazón y en la razón de mi esposa. Yo lo vi venir y previne a mi mujer contra esa deriva que podía desbaratar su vida y la de la familia entera; pero fue en vano. Lo que pasó no fue nada raro. Al contrario, el mal es algo ajeno a nuestra naturaleza, y es de lo más frecuente que ante su aparición –precisamente por su extrañeza- nos convenzamos de que nos viene por culpa de alguien; y también es lógico que encontremos al culpable en la persona que tenemos más cerca. Este mecanismo es en gran parte cultural: se nos inculca no aceptar limitaciones, y se tiende a dar por buena toda explicación ‘razonable’ que las ‘exorcice’. Por otra parte, este mecanismo opera con más fuerza en las personas cuyo empeño en vivir ‘rectamente’ es sobresaliente. El caso es que aquella desgracia por mí temida terminó por sucedernos. 
Durante once años mi familia atravesó un desierto poblado de aullidos, con algunos momentos especialmente dramáticos. En todo ese tiempo yo viví, como San Pablo, de la fe en el hijo de Dios, que se entregó por mí. Sólo la fe me salvó; y conmigo a mi matrimonio y a mi familia. La fe nos salvó de peligros internos y externos, pues la ‘enfermedad familiar’ concitó el ataque de los varios enemigos del alma. 
[Lo que el Papa Emérito dijo a propósito de la situación de crisis de la Iglesia en 2019, es el trasunto de lo que cuento acerca de este período turbulento de mi vida y de la de mi familia.]
"La narración comienza con una disputa entre Dios y el demonio, en la que Dios se ha referido a Job como un hombre verdaderamente justo. Ahora va a ser usado como un ejemplo para probar quién tiene razón. El demonio pide que se le quiten todas sus posesiones para ver que nada queda de su piedad. Dios le permite que lo haga, tras lo cual Job actúa positivamente. Luego el demonio presiona y dice: “¡Piel por piel! Sí, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. Sin embargo, extiende ahora tu mano y toca su hueso y su carne, verás si no te maldice en tu misma cara". (Job 2,4f).
Entonces Dios le otorga al demonio un segundo turno. También toca la piel de Job y solo le está negado matarlo. Para los cristianos es claro que este Job, que está de pie ante Dios como ejemplo para toda la humanidad, es Jesucristo. En el Apocalipsis el drama de la humanidad nos es presentado en toda su amplitud.
El Dios Creador es confrontado con el demonio que habla a toda la humanidad y a toda la creación. Le habla no solo a Dios, sino y sobre todo a la gente: Miren lo que este Dios ha hecho. Supuestamente una buena creación. En realidad, está llena de miseria y disgustos. El desaliento de la creación es en realidad el menosprecio de Dios. Quiere probar que Dios mismo no es bueno y alejarnos de Él.
La oportunidad en la que el Apocalipsis nos está hablando aquí es obvia. Hoy, la acusación contra Dios es sobre todo menosprecio de Su Iglesia como algo malo en su totalidad y por lo tanto nos disuade de ella. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer. No, incluso hoy la Iglesia no está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva."

Cuando nuestra hija Inmaculada tenía diez meses, Dios nos regaló – mansión incluida- un viaje a Dublín en verano, y durante aquellas tres semanas fuimos felices (ese momento es desde entonces el de mi perfil en FB). Unos días antes habíamos pasado una semana, también idílica, en un encantador hotel rural cerca de Fátima, al lado del mar. De vuelta a la rutina, en el curso que siguió a ese verano de ensueño, afrontamos algunas tensiones familiares por cuestiones de salud. Por mi parte, habiendo estado ‘desenganchándome’ de mi larga terapia de mantenimiento desde el 8 de marzo al 8 de septiembre del 2009, estaba empezando a vivir ‘sin muletas’, después de veinte años. Mi esposa, a su vez, había necesitado una breve ayuda por un duelo familiar y por primavera ya le tocaba también soltarla. 
Resultó que, en medio de esos retos, a mi mujer le sobrevino, en mayo, una enfermedad muy dolorosa de los pies, y en julio, la muerte repentina de su padre. Y entonces, por la vía del dolor, entró como una tromba en nuestra casa la desgracia, que ya no nos abandonaría en todos estos años, afligiéndonos tanto que, si Dios no hubiera estado de nuestra parte, ya hace tiempo que nos habría borrado del mapa.
El asunto encaja un poco con la parábola del hijo pródigo. Aunque ‘pródigo’, según la RAE, es el que desperdicia su hacienda en gastos inútiles, la acepción popular, que asocia el nombre a cometer una equivocación y arrepentirse, nos vale para encuadrar este relato. El hijo inquieto (mi esposa) va consintiendo pensamientos negativos ‘respecto de su Padre’, hasta que finalmente lo deja a un lado; por otra parte, el hijo que ‘permanece en casa’ (yo) también alberga en el fondo reproches hacia su Padre. Y esta narración segunda de 153 rosas, tiene por fondo el lento madurar de esos dos corazones, expuestos a los vientos de las miserias humanas sin otro amparo que la voluntad de creer… y “la suerte” de que esa fe es verdadera. 
Cuando empezaba a perder cohesión nuestro matrimonio, yo hice todo lo que pude por evitar el derrumbe, pero al mismo tiempo, barruntando ya que aquel mal no iba a curarlo la ciencia sino la paciencia, comencé a agarrarme con más fuerza al Único que, con sus dos maderos, podría sostenernos en la prueba que nos esperaba. Por esta razón, en los días previos y posteriores a la muerte del padre de Pilar, ella y yo rezábamos tres rosarios diarios, dando vueltas sin parar a la amplia terraza de aquel piso que habíamos alquilado en una villa costera. 
La niña era un bebé aún y dormía mucho; la llevábamos en la silla de tijera de un lado para otro y pasábamos el tiempo entre el parque y la playa, donde solía ocuparme yo de la peque, pues su madre sólo quería estar tumbada; en aquellos momentos estaba empezando ya el distanciamiento afectivo de mi mujer y eran inútiles mis esfuerzos para que me confiase sus preocupaciones.
El 21 de julio de 2010 murió mi suegro estando acompañado de mi esposa, que rezó para él y con él tres coronillas de la Misericordia, al término de las cuales expiró. Y desde aquel mismo momento se precipitó y se hizo imparable la tromba del mal que azotó a nuestra familia. Llevábamos seis años casados. 
Como algunos sabéis, del arbolito caído todo el mundo corta leña, y así, empezaron a venir los leñadores con sus hachas y malas intenciones a nuestro ‘hogar’, y aquel Don Ángel del que os conté que se infiltró en el limpio modo de existir de mi esposa, susurrándole fábulas al oído, y que se fue volando en cuanto yo advertí su terrena, y hasta subterrena condición, la dejó infectada de turbiedad, trabando con ello penosamente nuestro devenir familiar. El rastrero servilismo al que obedecía aquel cortejo, y otros similares que vinieron después, no fue advertido por ella, ofuscada por el dolor del duelo como estaba, hasta recientemente, pero, ¡gracias a Dios!… Ahora está recuperando su finísimo sentido del honesto proceder, y empiezan a retroceder los enemigos del amor… 
Pero para mostrar más claramente la situación en que, como a Job, ‘nos visitó el ángel caído’ con su ramillete de desgracias, voy a ir pasando hacia atrás la cinta de nuestra historia. 
De las más profundas sombras surgió triunfante el Señor; y también de noche le tendió Yahvé a Jacob una escalera que tocaba el cielo; y hoy mismo, de noche, obtuve yo el consuelo de un sueño revelador. 
San José, al que encomiendo lo más importante de mi vida, y del que he recibido valiosísimas gracias, obtenía en sueños instrucciones salvíficas de Dios, y por su intercesión recibo a menudo mientras duermo esclarecedores mensajes. En 153 rosas cuento un sueño premonitorio en el que se me desvelaba cómo me iba a zafar del lío mental que me tenía atenazado; y resultó ser cierto. Y así mismo, lo que soñé esta noche tiene visos de ser el fiel reflejo de lo que esconde la persecución que estoy sufriendo; la general y la particular. Este regalo que acabo de recibir aparece como una flor en el desierto; un presagio de vida después de una dura travesía que no sé cómo pude aguantar.   
Este sueño tenía por marco que yo había roto de joven un envase de vidrio – o sea, que había cometido una pequeña falta. La acción presente partía de mi disgusto por la ubicación de un inodoro –que a modo de tapa tenía una piedra rectangular de mármol negro- en una esquina de la acera de mi casa, motivo por el que me había acercado a él… Con el marco, pues, de una falta insignificante y de una curiosidad justificada se desencadenaron una serie de hechos:  Al aproximarme causé, sin proponérmelo, que la lápida se partiera en dos, e inmediatamente se produjo un ruido raro, como un gorgoteo; primero arriba, en la cisterna, y luego en la propia taza. Asombrado, mientras miraba los borbotones de agua sucia del fondo, vi hacerse sitio entre ellos, y emerger, una botella, y ¡zas! salir disparada del retrete… Sin poder dar crédito a lo que veía seguí mirando y ¡zas!, otra más salió volando, y otra, y otra, y otra, y aquello no paraba… y tanto espanto me causó que corrí a refugiarme en el regazo de ‘mi madre’… y desperté.
Las botellas salían corchadas –no como la de mi juventud-, no sé si con líquido o sin él, pero en todo caso llenas de la fetidez de las cloacas de donde procedían. 
Los elementos del sueño revelan la verdad del angustioso proceso penal que me tienen abierto algunos malos vecinos. El hecho de acercarme a “algo descolocado” en mi acera – léase elemento común de una comunidad vecinal- es una metáfora que funde dos hallazgos que hice en mi edificio: por un lado, un apartamento desmantelado, de existencia desconocida para el Presidente y el Vicepresidente de la Comunidad al salir a la luz; y de otro, una quiebra tremenda en el forjado, de varios metros de longitud, con dos ramas divergentes y sobre cuyo vértice se había echado un pegote de hormigón de 0,5 m2 y de una cuarta de alto y se había tapado con un armario de obra en pleno hall de entrada de nuestra vivienda. Siguiendo con la metáfora, ambos hallazgos están también vinculados, como el WC de la acera, a una sepultura, por cuanto en esta comunidad hubo un propietario que murió de muerte violenta yendo en bicicleta, y de cuyo trastero se dijo en reunión vecinal hace nueve años que estaba siendo usado por la actual Presidenta de la Comunidad, al ser el suyo inaccesible por la surrealista partición de plazas de garaje y ubicación de trasteros. 
La interpretación del sueño es que un tropiezo en mi vida pasada se estaba usando como munición para destruirme. El perder yo pie al morir mi padre en 1989 y un traspié en el cole, por una zancadilla, en 2008, eran una falta leve, un vidrio vacío que se desecha, algo insignificante; pero esos errores – simples envases- eran idóneos para ser rellenados de porquería y hacerme aborrecible. 
Está claro que el romperse la lápida por mi aproximación inocente a algo llamativo es el equivalente a sacar a la luz casualmente lo que se hallaba intencionadamente ‘tapado’. La inocencia de mi acción en cuanto al local que, según todos los indicios existió como apartamento – suelo levantado, grandes huecos en muro exterior cegados con rasillón, encimera apoyada en la pared en zona coincidente con cocinas de niveles superiores, un par de colchones polvorientos apilados, acciones de albañilería posteriores a mi hallazgo, la expropiación forzosa del documento gráfico por mi obtenido, (…) -  es manifiesta por cuanto no fue sino por una ‘diosidencia’ que supe de la existencia del mismo. Pero una vez descubierto, la sacudida emocional fue tan grande que todo lo que obré después fue con mucho tiento, consejo y prudencia. Sabía a lo que me enfrentaba cuando tras una noche entera de oración ante el Santísimo acepté su invitación a “practicar un agujero en el muro y salir de noche por él, con mi hatillo, a la vista de todos”; sabía que me esperaba una travesía por el desierto, y así fue. 
El paisaje desértico al que accedí queda reflejado en el sueño con esa agitación ‘subterránea’ – del inframundo- y la subsiguiente activación de la fábrica de bombas fétidas – las mentiras sobre mi persona- para ser arrojadas sin tregua sobre mí. Y todo esto lo saben unos cuantos. 
Acabo de ser jubilado por Incapacidad Permanente, cuando me faltaban dieciocho días para jubilarme por la edad con el cien por cien. El día 27 me esperan en el Instituto de Medicina Legal para determinar si estoy en mis cabales. Para mediados de enero estoy citado en Mendigorría como Investigado por “quebrantar el decreto judicial” de no comunicarme con la Presidenta antes citada porque, según dice ésta, me paso la noche dando golpes intermitentes en su pared para echarla del edificio. [Nota posterior a esa comparecencia: El juez vio indicios de delito y abrió fase de instrucción, aún a sabiendas de que nos habíamos mudado en diciembre dispuestos a vender piso y estudio si los vecinos querían; ahora se me piden tres años de cárcel y quince mil euros para consolar a la vecina]. A los pocos días de esa vista tengo otra por la que un Juez valorará mi Incapacitación Judicial, a resultas de la cual me podrán quitar la administración de mis bienes, la custodia de mi hija y/o la lucidez mental (obligándome a inyectarme neurolépticos regularmente por el resto de mi vida). Tengo pendiente, además, un gasto de seis mil euros, ordenado por una juez en prácticas que ya no está, para encubrir el colapso estructural hallado en el suelo de nuestro vivienda… por citar solo algunas de las asechanzas que me tiende el enemigo.
En el camino a este cadalso me he ido zafando de otras muchas emboscadas: un juicio por un delito de amenazas de muerte, por algo así como decirle al Presidente del Ilustre Colegio de Abogados de Toledo que también él tendría su juicio; un juicio por Violencia de Género, interpuesto por inteligentes servidores intrusos del estado; otro por abandono de mis obligaciones familiares; y muchísimas otras celadas que, tramadas en base a ‘loco que hace locuras y dice que Dios lo curó’, ya habrían dado al traste conmigo si hubieran prosperado – como en el caso del sabotaje del coche.  
Este texto que están leyendo es como un “Archipiélago Gulag” escrito por un testigo de Jesucristo. En el libro de Alexander se plantea el autor que aquella opresión tal vez se hubiera podido evitar si todos los que la sufrían se hubieran puesto a gritar a viva voz cuando eran apresados. Después de leerlo, tuve yo ocasión de poner en práctica el consejo. Fue al comienzo del segundo año de mi destierro de las aulas. En vista de que no me permitían incorporarme al trabajo había pedido ver al Delegado, y no respondían a mi requerimiento; así que un día me presenté en la Delegación de la Avenida de Europa y me puse a gritar en el hall que me estaban purgando por motivos ideológicos. Noté en aquel momento el mucho miedo de la gente, que se inhibía por completo. Después de aquello me dieron la cita; y procediendo según el mismo consejo, me presenté a ella como hombre bocadillo, de la misma guisa con la que me había paseado por el rastrillo del martes el día anterior, cubierto por detrás y por delante con sendos carteles que decían: “Page, Page, por qué me persigues”. Curiosamente, nadie en la reunión ni en ningún otro sitio hizo aspavientos, nadie me preguntó nada, ni opinó sobre mi conducta… salvo uno de seguridad que cuando se siente animado dice todo lo que se le ocurre.
En estos once años hice de todo para combatir la injusticia que se estaba obrando contra nuestra familia; no tuve tiempo para meditar acerca de 'qué misión tendría pensada el Señor para nosotros'; porque defender a mi familia ya era bastante misión. Y ahora mismo, en este doloroso trance de ‘morir a la orilla’, me veo en la obligación moral de contar todo lo que hemos sufrido en estos años, y de hacerlo desde la perspectiva del designio amoroso de Dios para con todos.







Comentarios

Entradas populares de este blog

SURFEANDO...

FELICES FIESTAS, SÍ; PERO ¿CUÁLES?

Mil años son, para Dios, como un día...