MI BARBA TIENE DOS PELOS
¡ADIÓS 21, BIENVENIDO 22! |
Como decíamos ayer, el 27 fui a Mendigorría citado por el IML, ¡por cuarta vez! Mientras esperaba mi turno me decía a mí mismo: “Recuerda que todo lo que vas a ver y a oír es parte de un engaño”. E inmediatamente, nada más abrirse la puerta, Doña Mentira me introdujo en la típica escena del desgraciado que se pasa la vida en los despachos de los Servicios Sociales:
- “… A ver qué noticias buenas me das… ¡venga, dame buenas noticias!”, fue lo primero que me dijo la forense.
'¿Buenas noticias?, pensé, ¿a qué viene esto?…' Le dije que todo iba como siempre, o sea, bien, que mi vida seguía regida por los mismos sólidos principios de siempre, gracias a Dios.
Y entonces concretó más:
- “Me refiero al trabajo… Tú ya sabes que estás aquí por el trabajo…”
No decía la verdad. Esta señora me había citado por primera vez hacía más de dos años, cuando, por extraño que parezca, aún no había ningún procedimiento abierto que protocolizara aquel trámite. Simplemente, en aquellos momentos, sus poderosos valedores me tenían metido en una espiral de líos tan tremenda que podían permitirse atropellos como aquél y aún mayores, con los que buscaban mi traspiés. Yo apenas daba abasto para cumplir con mis obligaciones normales. Y a propósito de esa envolvente, hago un paréntesis contextual.
Ayer fui a un bufete de Asesoramiento Integral y les expuse mi caso a los tres abogados que lo llevan: “Tengo procesos en contencioso, penal, de género, civil…, me acaban de castigar negándome el retiro a quince días de obtenerlo por ley…; la primera vez que fui a Comisaría hicieron burla de mí, me insultaron, me golpearon...; al poco me detuvieron en la calle, me negaron el habeas corpus y me metieron en el calabozo…; sabían que yo había tenido un problema mental…; la razón de todo ello era que, sin yo ser consciente, estaba incomodando a gente muy importante y peligrosa…”; uno de los letrados me interrumpió, visiblemente molesto: “Pero espere un momento… porque podemos estarnos aquí todo el día… Dice Vd. que en la comisaría le golpearon, entonces ¿por qué no lo denunció?”.
La impaciencia es un rasgo muy marcado en las generaciones de menos de 40 años; este abogado ‘exigía’ una respuesta concreta a su pregunta para continuar escuchándome. Mientras yo hablaba él no había estado mirándome; en realidad, tampoco me escuchó. Lo fantástico de mi relato había despertado rápidamente en él al oráculo interior: "si piensas sobre este asunto lo que yo te mando te irá bien, si no, te arrojaré a la inmensidad y allí te pudrirás". El fantasma que le habló es la mayor calamidad de nuestro tiempo: para evitar el sufrimiento, hacerse esclavo; salir de Guatemala... el miedo apaga la razón, y es insuperable si uno no cree en un Dios Padre que se ocupa de nosotros. Yo había estado hablándoles con coherencia, pero el temor levantó enseguida el muro del prejuicio ante mí. "...Parece que hay una enfermedad latente", sentenció el joven letrado, y después: "Yo no creo en Dios". Si Jacobo me hubiera escuchado con el corazón abierto habría comprendido que mi historia era real; pero para poder abrirse así necesitaba, ciertamente, creer en un Dios que nos libra del mal. Por el don de la fe accedemos a la verdad; puestos de acuerdo razón y corazón, nos vamos perfeccionando bajo la dirección del Espíritu Santo, a quien encomendamos nuestra defensa; del sufrimiento no nos podemos salvar, pero mediante la fe podemos hacerle frente.
El hondo malestar del abogado quedó patente en su queja, en realidad muy justificada: se sentía burlado, privado de los medios necesarios para entender y caminar seguro por la vida. Su noble aspiración profesional –la defensa de la Verdad y la Justicia- había sido reducida con el tiempo a un tedioso cotejo de documentos y a una enojosa gestión de influencias; y esa insatisfacción vital le laceraba interiormente.
La población, alejada por voluntad política de la vía de la fe, está siendo también sistemáticamente apartada del corpus humanista del saber secular, arraigado en la verdad de la ética judeo-cristiana; y por no disponer de fundamentos para integrar sus experiencias, para entender el mundo en que vive, está a merced de los desaprensivos, ávidos de poder, que por el ramal invisible del miedo la están llevando a una existencia animal.
Un ejemplo de ese plan en marcha es la clamorosa falta de regulación real del derecho fundamental a la información. Paradójicamente, en el 'primer mundo' van siendo minoría los que distinguen un hecho de una opinión, hasta el punto grotesco de que, en no pocas ocasiones, la primera noticia de los diarios es descaradamente una opinión editorial, cuando no un chisme; la ‘sociedad del conocimiento’ ha devenido una burla trágica, una mascarada que oculta el apagón progresivo del pensamiento cartesiano, y que amenaza con llegar a ser total.
La inclemente tormenta de pedrisco que desde hace años viene cayendo sobre mí es también parte de ese plan de deshumanización. Como no podía ser de otra manera, reducida la visión del mundo de la población a un compendio de tópicos, articulados en última instancia por el miedo, en el acoso tejido en torno a mí todo debe encajar en el tópico de un loco con delirios, poniéndome así muy difícil 'demostrar' persecución. Esa dificultad aumenta con la digitalización, en la que nunca sabes si los muchos fallos -siempre contrarios a tus intereses- son casuales o provocados; el sistema de contratación telemática es, de hecho, la muralla del castillo de las tecnológicas, las financieras, las de energía, la Administración… y el ciudadano de a pie, por supuesto, está afuera. Ahora mismo llevo yo dos semanas intentando que me restablezcan la línea fija de teléfono, y los cortes en Internet ya los dejo por imposibles; me disponía hace un momento a reclamar a Euskaltel cuando descubrí, sobresaltado, que Hidroeléctrica del Cantábrico me había cobrado por segunda vez un consumo ficticio en la casa de verano. ¿Un error u ‘otro error’?… Y suma y sigue. ¿Cómo era aquello de ‘Entre todos la mataron…’?
Volviendo al tema del principio, nadie quiso aclararme en los Juzgados por qué a mí se me instruía una causa de Incapacitación Civil; lo único que llegué a averiguar es que mediaron informes falsos de los Servicios Sociales, con datos tan increíbles como que yo no tenía familia ni ingresos conocidos. Y ¡ojo! porque con esa burda acusación a punto estuve de caer en la red del cazador, el que sin duda compró para ese fin la renuncia in extremis de mi caro abogado -a diez días del final del plazo para alegar- y simultáneamente me encerró en mi casa con la llave maestra del confinamiento covid, de tal suerte que, si mi personalidad James Bond no hubiera estado lista, ya sería yo a estas alturas, para el fiscal, un despojo de la sociedad.
Salvado, pues, una vez más, por los pelos, me encontraba ahora ¡por cuarta vez! ante la forense, que a pesar de conocer de sobra mi condición de ciudadano de orden, 'me examinaba más como cadáver que como sujeto de derechos'.
... ya sabe Vd. que está aquí por su trabajo. "¿Qué pasa con mi trabajo?, o mejor ¿qué pasaba?... ¿Se puede liquidar en España a un funcionario docente por acusaciones disciplinarias sin darle opción a defenderse..., por la simple declaración de las autoridades educativas?"
La realidad es que no hay, ni ha habido nunca, nada anormal en mi desempeño docente, salvo abnegada entrega… pero algo tienen que alegar para eliminarme aquellos a quienes acuso públicamente de arruinar a España.
Lo de mi insólita Incapacidad laboral a quince días del retiro es un intento a la desesperada de ‘trincarme’, aprovechando la infame pinza del linchamiento mediático y el falaz abuso de autoridad de la Administración, que me tiene en un brete desde el 1 de marzo del 19. Porque el hecho de que se note a la legua que lo que me están haciendo es un castigo, no les preocupa a mis perseguidores lo más mínimo; ese descaro es señal de identidad, convierten fanfarronamente el abuso en ostentación de poder. Lo único que puede frenarles es que sus tropelías sean demasiado gruesas para pasar el filtro de lo que queda de Justicia, razón por la cual se esfuerzan en hacer mínimamente creíble su fantástico relato en torno a mi ‘perturbación’. Y de eso hay un ejemplo claro en la entrevista con la forense:
Nadie sabe que hoy mismo -día 31- inicio con mi familia la mudanza a la C/ Roma 1 (esquina con la Avda. de Europa), tan sólo el casero y nosotros; pero ¡atención! Mi entrevistadora, como tenía que fingir que evaluaba algo, me hizo hablar de mi rutina: "hábleme de su día a día; venga"... "Pues ayer puse dos lavadoras, preparé la comida y recogí la cocina; por la tarde fuimos los tres juntos a Misa...". "Muy bien, muy bien", dijo; y teniéndome con esas monsergas 'entretenido', en cierto momento, como de modo casual y pasando muy de puntillas por el tema, me soltó: “Vivís por la Avda. de Europa, ¿verdad?” (!)
Aunque Recodo del Pinar 12 pertenece al mismo distrito que el nuevo eje de Toledo, están a un cuarto de hora de distancia, pero la pregunta-comentario de la forense no respondía a un error de localización sino a la intención trapacera de allanar el camino del Juez: la palmaria evidencia de que "este descerebrado, que tiene un lío tremendo con los vecinos y no hace nada por mejorar la situación de su familia" había conseguido, en un abrir y cerrar de ojos, sacarla del foco del problema y llevarla a una casa estupenda en una de las mejores zonas de la ciudad. La forense pretendía borrar ese logro… y empleó para ello la misma argucia que una hermana mía que, cuando llegaba a las doce de la noche a casa, temiendo la riña, solía entrar diciendo: “Hola, ¿ya habéis cenado?", creando una ilusión de normalidad horaria que neutralizaba la corrección; del mismo modo que el truco de hacerme residir 'desde siempre' en la Avenida de Europa borraba todo rastro de mi solicitud y diligencia por el cuidado de mi familia.
Es obvio que esta cuarta cita sólo tenía un propósito: que yo dijera que me habían jubilado por Incapacidad Permanente… Pero esa 'confesión de culpa' no salió de mis labios porque, en verdad, en tanto la autoridad educativa no reciba y responda a mi Recurso de Alzada, no es esa mi situación definitiva.
Aunque al principio yo no comprendí del todo la intención de mi entrevistadora, la cautela me había movido a decirle: “¿Qué quiere decir con eso de que le dé buenas noticias?”
- “Sí, hombre, la última vez dijiste que te querías jubilar en diciembre”
(Me daba a entender la forense que, si "los problemas sociales por mi generados" tenían su origen en el trabajo, con la jubilación desaparecerían. Sin embargo, la verdadera intención de su pregunta no era saber si se podía dar carpetazo al asunto judicial por estar ya jubilado, sino obtener la evidencia de una patología incapacitante para, con otras fuentes -turbias- de prueba de 'mi desequilibrio', dar materia al juez para concluir que no había más alternativa legal para mi caso que incapacitarme).
- Pues sí, sí, ciertamente, pedí retirarme este mes por la edad con el cien por cien, pues tengo casi 38 años cotizados…
- … ya, ya; ya sé que has trabajado un montón… y qué ¿te lo han concedido o no?
- Todavía no lo sé.
- … entonces tendré que citarte otra vez antes del juicio del día 14 de enero…
- (?)
¡Otra cita! Están dispuestos a obtener a toda costa esa ‘confesión de culpabilidad’ para presentársela al Juez y darle armas para su condena:
“Este señor, tal como está, seguirá siendo un peligro para su familia y para la sociedad… por el daño que causa al vecindario y a los suyos, por el que causa con sus desquiciadas opiniones públicas y su distanciamiento social…”, una repugnante salsa a base de restos corruptos que arrebañan en vertederos o compran en el mercado negro de las almas, cuyo tufo me precede a todas partes y que adobaría adecuadamente la decisión de un Juez igual de corrupto para justificar lo injustificable:
“Decreto que este individuo quede sometido a una curatela de por vida, para que le suministren a su hora, por su bien, una abundante y nutrida ración de neurolépticos.”
Comentarios
Publicar un comentario